viernes, abril 09, 2004

Celo del venado

Su preciosa redondez de ocho meses. Una profunda tristeza la resignaba, escondida detrás de sus ojos lánguidos y pacientes.
Sobre todo, latiendo agazapado, su miedo de animal herido.
Lloró en mi hombro esas gruesas lágrimas de almíbar, recostados en el pasto. Le dije todas las malditas palabras que se dicen cuando mejor sería haber callado, porque a veces las palabras no sirven para nada.
Nos miramos, extrañándonos después de tanto tiempo. La bese, naturalmente, con una suave caricia bien recibida al nacer. Mientras la cubría de besos, tratando de extirparle el dolor, alimentaba también el éxtasis viril que me ganaba la calma.
Ciertas graciosas nubes parecían reprocharme, desde la soledad de sus antiguas alturas.

No hay comentarios.: