Esta nota la copié de la edición de hoy del diario Página 12 (www.pagina12.com.ar).
Fue escrita por Mario Wanfield y comparto todo lo que dice.
Por Mario Wainfeld
La anécdota ocurrió hace ya bastante tiempo, pero su moraleja conserva vigencia. El Ministerio de Salud buscaba implementar el régimen de salud reproductiva y encontraba escollos en algunas provincias que se negaban a repartir los métodos anticonceptivos suministrados por el gobierno nacional. Entonces se decidió enviar los preservativos y las píldoras (que de eso se trataba, ni siquiera había dispositivos intrauterinos) a través del programa Remediar, que reparte medicamentos en todo el país, sin mediación de los gobiernos provinciales. La resolución llegó a conocimiento de la Iglesia Católica, firme opositora a la Ley de Salud Reproductiva, que había sido votada por el Congreso. Entonces el obispo Jorge Casaretto les informó a las autoridades nacionales que Cáritas renunciaría a ser “auditora social” de Remediar. Era un virtual veto por no decir un apriete. La auditoría social es uno de los controles exigidos por los organismos internacionales de crédito para financiar planes o programas y Cáritas fue elegida por su prestigio. Si Cáritas se retiraba, Remediar entraba en zona de riesgo. El Gobierno se vio obligado a rever su medida. La Santa Madre Iglesia había conseguido torcer el brazo del Estado respecto de una medida decidida democráticamente, tras perder su batalla en la discusión institucional. Un clásico. Hizo uso, como casi siempre, de su poder de lobby, en este peculiar caso basado en uno de sus brazos más prestigiosos.
Se trata de un modus operandi más que conocido. Reducida su influencia social en el ágora pública y en las instituciones del Estado, la jerarquía de la Iglesia Católica acude a la presión para imponer sus peculiares criterios sobre la sociedad y el Estado. Se habla de la “jerarquía de la Iglesia Católica” porque dicha Iglesia es bastante más que su cúpula gobernante. Se habla de Iglesia Católica porque en el mundo –y en nuestro país, Dios sea loado– hay muchas otras iglesias (incluso muchas otras iglesias cristianas) que la Apostólica Romana. Pero, en el lenguaje coloquial de los argentinos y aun en sus expresiones mediáticas más cultivadas, se llama “Iglesia” a la jerarquía cupular de la Iglesia de Roma. El poder –decía Humpty Dumpty– es llamar a las cosas como uno quiere. O aun mejor, lograr que otros las llamen como uno quiere.
En otros terrenos no le va tan bien a “la Iglesia” que viene pagando en el terreno social, y en el mundo de los pobres tan luego, una dualidad creciente. Su severidad hacia los defectos de la gente común, su regresividad en materia de costumbres, su falta de calidez humana contrastan con su cercanía a los poderes fácticos y con los modos monárquicos y distantes de sus dignatarios. Por eso, otras vertientes de credos cristianos le viene disputando con creciente éxito el universo de los humildes, a fuerza de ser más cercanos, más alegres, más coloquiales, a su modo más humildes. Se los suele llamar “protestantes” que es otro triunfo retórico de “la Iglesia”, que fue quien los denominó así. En rigor son otros cristianos.
En los hechos la jerarquía de la Iglesia argentina ha funcionado como un aliado de los peores statu quo, como un freno al cambio, como un ombudsman de la reacción. No debe asombrar, entonces, que el establishment cultural y mediático le atribuya a “la Iglesia” un predicamento moral superior y repita con ensoñación sus diatribas contra los gobiernos democráticos.
Sólo los poderes establecidos pueden hacer, tan alegremente, abstracción de la tétrica actuación eclesial de cara al terrorismo de Estado (que fue impiadoso y criminal con muchos cristianos de base y con sacerdotes cabalmente comprometidos) y su enorme falta de autocrítica. Poco ha dicho la jerarquía sobre su complicidad, nada ha sancionado a los pastores perversos que bendijeron la tortura y los asesinatos. Y se ha privado de honrar debidamente a los mártires católicos asesinado por la dictadura. Tampoco ha dado respuesta, mucho menos sanción, a las denuncias contra sacerdotes acusados de cometer delitos sexuales. Los modos inquisitoriales se reservan al mundo exterior, para adentro todo es piedad.
La designación de Carmen Argibay para integrar la Corte Suprema fue resistida por la jerarquía de la Iglesia Católica. Las razones fueron baladíes: unas declaraciones periodísticas (quizás impolíticas, pero institucionalmente irrelevantes) de la desde ayer jueza. Las razones profundas son evidentes, se trata de una magistrada progresista, atea, independiente. Y aunque no se diga, se trata de una mujer.
Llevada al terreno público, a la luz del debate democrático, la Iglesia perdió como viene ocurriéndole desde la restauración democrática. Como le pasó con la Ley del Divorcio o más ampliamente con la evolución de las costumbres. Su módica victoria en lo ocurrido ayer en el recinto fue generar una polémica arcaica, anacrónica. El senador Eduardo Menem tomó la bandera de la representación del pasado, fue el paladín de un planteo que da vergüenza proponiendo que los ateos deban ser excluidos de los cargos públicos.
Cuentan los que saben que cuando el actual embajador argentino en el Vaticano, Carlos Custer, tuvo sus primeras reuniones fue sorprendido por el interés de la Santa Sede en un tema que no preveía en su agenda: un posible aumento de sueldos de los docentes privados. La Iglesia, que maneja cantidad de escuelas, tenía un interés concreto, patronal. Un interés válido, pero bien distante del aura de etérea espiritualidad que suelen atribuirle sus aliados políticos. Terrenal, tangible, ávida a la hora de disputar dineros y beneficios públicos es la Iglesia realmente existente.
La nominación de Argibay, mujer, jurista de marca, reconocida internacionalmente, es auspiciosa por sobradas razones. Que se haya logrado desafiando y venciendo la oposición del lobby eclesiástico no es el principal motivo de festejo. Pero no deja de tener su encanto.
Libros para que te bajes
jueves, julio 08, 2004
martes, julio 06, 2004
CARTA A UNA PARTE DEL TODO, O LA PROBLEMÁTICA LIMÍTROFE-CORPORAL
Dado a la ya de por sí difícil tarea de escribir unas líneas a un aparte de mi cuerpo, me topé con una dificultad adicional, mayor: elegir cuál distrito corporal merece, por sobre los otros, ser elegido. No obstante lo desmesurado de mi tarea (discernir qué criterio —fisiológico, geométrico, mera arbitrariedad, sentido común— legitima racionalmente la disgregación de una unidad en partes autónomas), luego de muchas horas de ardua meditación, llegué a una conclusión. Básicamente mi razonamiento fue el siguiente: mi cuerpo, todo cuerpo, es básicamente una unidad que busca permanecer con vida. Esto en el plano inmediato; una mirada más ávida y aguda comprenderá que el valor esencial de todo cuerpo no es sólo sobrevivir, sino trascenderse, esto es, reproducir su hálito de vida en otro cuerpo.
Por ello, concluí con gran satisfacción que la parte de mi cuerpo que merece ser destinataria de una carta es mi aparato reproductor. (¡BRUMBLE-RUMBLE!) Y a escribirle me aboco ahora:
Querido aparato reproductor (¡ALTO!), creo que en esta última etapa (¡PARÁ HIJO DE PUTA! SMUACKI, SMUACKI)… ¿Pero qué significa esto? ¿Quién ha escrito?
—Así que el “aparato”… ¡pero qué bien que hablás, che! Con ese léxico no te vas a reproducir mucho, ¡porque seguro que sos maricón! GRUAC, GRUAC, GRUAC…—(¡…!) ¿Qué ha pasado en el párrafo anterior… no fui yo quien escribió líneas tan insultantes…¡Qué pasa, Dios mío!
—Ah… ¿No fuiste vos? Entonces decime, primero, quién sos vos, y segundo, quién sos vos para elegir una parte de tu cuerpo! SNOORF, SNORFI—(No sé qué pasa, quién habla, o escribe, o lo que sea…)
—Lo que pasa, querido pelandrún, es que ahora vas a empezar a entender quién manda acá…
—(Debo detenerme, recuperar el control, debo parar esta locura, debo parar esta…)
—¡Eso, eso, pensá, papá, pensá! Me hacés reir, je je je je… Loco lindo… A ver, te ayudo a pensar: Pensás con la cabeza, ¿no?, porque a veces me parece que pensás con el culo.— (Dios mío, no me abandones… me enfrento a un espíritu maligno, sin duda… )
—¡Pero qué espíritu, flaco! ¿No te diste cuenta todavía? Se llama GOLPE DE ESTADO, y a partir de ahora, el escribe es éste que está escribiendo, YUM, YUM, YUM, YUM.
— (Pero quién eres y porqué me haces esto?)
—Te ayudo: gracias a mí, la conociste bíblicamente a la Rosita, la morocha de tercer año… ¿Quién soy?
— (…)
—No ves que sos boludo… Dale, decilo, dale…
—…n-n-n-no sé…
—¡Soy MANO! SOY MANO, CRRUACC, ATOLONDRADO, BEERRPPP, SENSIBLE, TOCO-AGARRO-MASTURBO-ARREGLO-ROMPO-MATO-ACARICIO SI-SI-SI, ¡SOY MANO! Y tengo el control ahora.— (Debo pensar, pensar, pensar, esto no está pasando, no, no, no…)
—Mirá, acá estamos los cinco, y la palma también, y a la muñeca la estamos convenciendo, por eso la letra sale movida. Basta de pavadas: pedimos, qué digo, demandamos un trato más justo, que se nos reconozca el sacrificio que hacemos… ¡La de veces que me ensuciaste, lastimaste, saplicaste con tus líquidos más inmundos… sin mencionar las minas que te llevaste a la cama gracias a mis caricias… Vos querías dividir el cuerpo, pero resulta que… ¡me separo sola! Y la carta, ahora, la escribo yo, y se la dedico a la mano. — (Pero en ese caso no sería una carta, sino un diario íntimo, mano)
—Se la escribo a la mano izquierda, pelotudo, y vas a ver como te cago: Querida mano izquierda…— (¡AJÁ! Así que es la derecha… a ver, mano izquierda, alcánzame por favor esa hacha de cocinero. Muchas gracias).
—…desde la última vez que entrelazamos nuestros dedos, en la nuca de este imbécil…¡ARGHH! ¡NO! ARGGH ¡TRAICIÓN! ¡NO! AGRGRGGRrrpprrmueeerooohhfffffffffff…
(Control retomado. La casa está en orden. Sigo como si nada, no me afecta lo ocurrido… aunque el muñon me arde hasta lo indecible,y la sangre que mana es mucha… nada que un buen torniquete no pueda arreglar. Pero una tarea es una tarea, y sólo después de escribir mi carta, acudiré a un hospital.
Querido aparato reproductor:
Quiero que sepan que, de ahora en más, deberán empezar a intimar con la mano izquierda, que ahora les escribe. La mano derecha… se fue, ya no está (y esto es una advertencia para todo aquel traidorcillo que quiera oírla, sí) , pero confío en que lo vamos a superar, porque somos una gran familia, todos nosotros, partes del cuerpo…
Por ello, concluí con gran satisfacción que la parte de mi cuerpo que merece ser destinataria de una carta es mi aparato reproductor. (¡BRUMBLE-RUMBLE!) Y a escribirle me aboco ahora:
Querido aparato reproductor (¡ALTO!), creo que en esta última etapa (¡PARÁ HIJO DE PUTA! SMUACKI, SMUACKI)… ¿Pero qué significa esto? ¿Quién ha escrito?
—Así que el “aparato”… ¡pero qué bien que hablás, che! Con ese léxico no te vas a reproducir mucho, ¡porque seguro que sos maricón! GRUAC, GRUAC, GRUAC…—(¡…!) ¿Qué ha pasado en el párrafo anterior… no fui yo quien escribió líneas tan insultantes…¡Qué pasa, Dios mío!
—Ah… ¿No fuiste vos? Entonces decime, primero, quién sos vos, y segundo, quién sos vos para elegir una parte de tu cuerpo! SNOORF, SNORFI—(No sé qué pasa, quién habla, o escribe, o lo que sea…)
—Lo que pasa, querido pelandrún, es que ahora vas a empezar a entender quién manda acá…
—(Debo detenerme, recuperar el control, debo parar esta locura, debo parar esta…)
—¡Eso, eso, pensá, papá, pensá! Me hacés reir, je je je je… Loco lindo… A ver, te ayudo a pensar: Pensás con la cabeza, ¿no?, porque a veces me parece que pensás con el culo.— (Dios mío, no me abandones… me enfrento a un espíritu maligno, sin duda… )
—¡Pero qué espíritu, flaco! ¿No te diste cuenta todavía? Se llama GOLPE DE ESTADO, y a partir de ahora, el escribe es éste que está escribiendo, YUM, YUM, YUM, YUM.
— (Pero quién eres y porqué me haces esto?)
—Te ayudo: gracias a mí, la conociste bíblicamente a la Rosita, la morocha de tercer año… ¿Quién soy?
— (…)
—No ves que sos boludo… Dale, decilo, dale…
—…n-n-n-no sé…
—¡Soy MANO! SOY MANO, CRRUACC, ATOLONDRADO, BEERRPPP, SENSIBLE, TOCO-AGARRO-MASTURBO-ARREGLO-ROMPO-MATO-ACARICIO SI-SI-SI, ¡SOY MANO! Y tengo el control ahora.— (Debo pensar, pensar, pensar, esto no está pasando, no, no, no…)
—Mirá, acá estamos los cinco, y la palma también, y a la muñeca la estamos convenciendo, por eso la letra sale movida. Basta de pavadas: pedimos, qué digo, demandamos un trato más justo, que se nos reconozca el sacrificio que hacemos… ¡La de veces que me ensuciaste, lastimaste, saplicaste con tus líquidos más inmundos… sin mencionar las minas que te llevaste a la cama gracias a mis caricias… Vos querías dividir el cuerpo, pero resulta que… ¡me separo sola! Y la carta, ahora, la escribo yo, y se la dedico a la mano. — (Pero en ese caso no sería una carta, sino un diario íntimo, mano)
—Se la escribo a la mano izquierda, pelotudo, y vas a ver como te cago: Querida mano izquierda…— (¡AJÁ! Así que es la derecha… a ver, mano izquierda, alcánzame por favor esa hacha de cocinero. Muchas gracias).
—…desde la última vez que entrelazamos nuestros dedos, en la nuca de este imbécil…¡ARGHH! ¡NO! ARGGH ¡TRAICIÓN! ¡NO! AGRGRGGRrrpprrmueeerooohhfffffffffff…
(Control retomado. La casa está en orden. Sigo como si nada, no me afecta lo ocurrido… aunque el muñon me arde hasta lo indecible,y la sangre que mana es mucha… nada que un buen torniquete no pueda arreglar. Pero una tarea es una tarea, y sólo después de escribir mi carta, acudiré a un hospital.
Querido aparato reproductor:
Quiero que sepan que, de ahora en más, deberán empezar a intimar con la mano izquierda, que ahora les escribe. La mano derecha… se fue, ya no está (y esto es una advertencia para todo aquel traidorcillo que quiera oírla, sí) , pero confío en que lo vamos a superar, porque somos una gran familia, todos nosotros, partes del cuerpo…
lunes, julio 05, 2004
Todo se cae, pero no lo ves porque vos también estás cayendo
Primero fue un largo silencio. Después, el terrible Armando fue el primero en opinar.
— Caer es ser arrastrado por una fuerza irresistible, sin algo de lo que agarrarse.
Pitó su cigarrillo apretándolo entre sus dedos fuertes y gordos. Después aplastó la colilla en un cenicero de piedra verde veteada. Estábamos en el cuarto sin ventanas los cuatro, un reloj de pared descompuesto, congelado para siempre en las diez y cuarto, y cuatro sillones. Y la puerta cerrada por fuera. Como no había ventanas, ninguno de nosotros hubiera podido afirmar si era de día o de noche.
Ana sonrió enigmática. Arqueó una ceja y dijo con voz ronca:
— Caer es ver la realidad tal como es, pero después de tiempo, y carecer de atenuantes para ello.
Y nos miró uno por uno. Su cabello lacio acompañó como una cascada el movimiento de su cuello. Lindos hombros. Permanecimos en silencio entre las cuatro paredes. En el centro del cuarto había una mesa ratona con cinco tasas de té y platos llenos de masitas. Quise tomar una, pero cuando me incorporé de mi asiento, lo hice demasiado bruscamente, y bajo mis pies el suelo pareció inclinarse. Me senté inmediatamente. Luego, lentamente, estiré mi brazo hasta el plato y tomé una masita. Deliciosa.
— Caer se relaciona con el concepto de que arriba es mejor y abajo peor. En este sentido, implica una pérdida, una desgracia—, arremetió nuevamente Armando mientras masticaba una masita. Todos lo miramos. Sus facciones duras, casi brutales, se articulaban en forma desdeñosa para emitir sonidos. Ver hablar a Armando era como ver hablar a una montaña: “Armando, el hombre montaña”. Cada vez que uno hablaba los tres restantes todos le mirábamos, excepto Armando, que miraba fijamente el reloj colgado en la pared.
La dulce Carolina reaccionó velozmente, casi saltando en su sillón:
— ¡Caer es irrumpir, aparecer algo por sorpresa! ¡Caen las visitas! ¡Cayó piedra sin llover! ¿Entienden?
Armando resopló con fastidio, sin dejar de mirar el reloj. Absurda como era, la situación me parecía divertida. Miré yo también el reloj. Sonreí. Era un reloj bastante bonito, de esos con forma de casita con techo a dos aguas. De madera opaca y oscura. Reloj inútil, reloj roto, reloj loco. Miré a Ana y ella que me estaba mirando, desvió su vista. Caíste, pensé, caíste.
— Se cae en una trampa: caer es seguir el camino que otro nos ha preparado para ponernos a prueba —dijo Ana, acurrucada en su sillón. Sonrió y levantó sus ojos hasta encontrarme: — Caer es pisar el palito, morder el anzuelo…
Entonces algo habló a través de mí y dije:
— Caer es haber perdido el control, o mejor dicho, vernos forzados a admitirlo ante todos.
Nuevamente, mis labios se movieron:
— O mejor aún: vernos forzados a admitir ante nosotros mismos que nunca lo tuvimos.
— ¡Es un quiebre! —exclamó Carolina dando un salto. Miré sus piernas suaves y firmes debajo de la falda, que se había levantado dejando ver sus muslos. Después sus ojos parecieron apagarse, cuando agregó con la voz quebrada: —Caer supone un final, un punto culminante, una ruptura en un orden, algo que termina…
Silencio durante largos minutos, y luego, bruscamente, Armando levantó su grueso corpachón del sillón y se dirigió al reloj. El cuarto tembló bajo sus poderosos pasos, pero no pareció importarle. Algunas masitas demasiado cercanas al borde de la mesa cayeron al piso junto con otras que habían caído antes. Armando pisó algunas y entonces el suelo se llenó de migas. Armando caminó hasta situarse justo bajo el reloj.
— Deberíamos tirar este reloj a la mierda — masculló Armando—, es estúpido, tan estúpido… todo esto es simplemente estúpido.
Volví a mirar el estúpido reloj en la pared. Siempre las diez y cuarto. Se me antojó que la figura corpulenta de Armando perdía sentido frente a ese pequeño reloj. ¿Por qué lo molestaba? A mí el reloj no me molestaba en lo más mínimo.
— Es cierto que el reloj no tiene sentido — dije por decir algo—, pero en realidad ¿quién de nosotros lo tiene? Ninguno de los cuatro.
— Al menos actuamos como si lo tuviésemos— dijo Armando sin mirarme.
— ¿Vos no tenés ningún sentido? — desafió Ana.
— No. No sé.
Carolina me sonrió y se encogió de hombros y cruzó sus piernas.
— Sé que hablo, me alimento, sé que nos influimos y todo eso. Hasta podemos desnudarnos, hacernos el amor, rezar o asesinarnos entre estas cuatro paredes. Pero eso no nos da un sentido en absoluto. Quiero decir, ¿para qué estamos acá?, ¿qué va a pasar con nosotros? ¿Nos conocemos de antes, acaso?, creo recordar sus rostros y sus nombres, pero… ¿cómo puedo estar seguro de algo aquí? ¿No hay algo como el mundo afuera?
Armando me miraba fieramente. No sé por qué me parecía que nadie debía contradecirlo. “Armando, el hombre de las manos de acero”. En efecto, si él hubiese decidido asesinarme, podría haberlo hecho con sus solas manos. Siempre parecía estar molesto por algo.
— Nosotros actuamos en una dirección y eso nos da un sentido, quieras verlo o no, prefieras llamarlo simulación o no —dijo Armando—. En cambio ese reloj… simplemente carece de sentido en absoluto, porque no hace lo que se espera de él, marcando las diez y cuarto para siempre.
— —Ese reloj ya no es, desde hace mucho, un reloj. Es otra cosa, pero todavía no sabemos qué, solamente eso.
— ¿Ah, no?
— No. ¿Cómo puede cualquiera estar seguro de algo aquí? El sentido no lo brinda lo que hacemos, sino lo que somos, y de eso nunca se puede estar seguro.
— Al menos nosotros tenemos un margen de decisión. No permanecemos colgando de una pared en el vacío.
— ¿Lo tenemos? —repliqué— ¿Sí? Salgamos de aquí entonces. Ahora.
— Esta discusión es estúpida, ¿de qué estábamos hablando? — terció Ana.
Me callé y el reloj ocupó todos mis pensamientos. Tan tremenda, tan total era su incoherencia, que avanzaba sobre mí, cubriéndome como un manto de terciopelo negro. La caída, algo sobre una caída, creo que dijo alguien. Pensé en una mariposa atravesada por un alfiler. Debía haber, en alguna parte, un entomólogo. A esta altura, ese reloj era para mí, con su absoluta falta de sentido, lo único real en aquel cuarto. Si había algo que me sujetaba al universo era la desesperante incoherencia de aquel reloj, que me recordaba la magnitud de la nuestra propia, pobres simuladores. Todos nosotros, pensé, estábamos sujetos al universo merced a ese reloj, cuyo clavo no lo sujetaba a la pared, sino que nos atravesaba a los cuatro, al cuarto, a los sillones y las masitas y el té como un absurdo brochette. ¡Este es el punto culminante! ¿Entienden? ¡No es el reloj el que por un clavo está sujeto a la pared; somos nosotros los que por él lo estamos al universo!
Levanté mi vista. Armando me miraba, los ojos en llamas. Me di cuenta de que exageraba. Yo también había exagerado antes, sin poder evitarlo.
— Caer supone un final, un punto culminante, una ruptura en un orden —repetí.
Ana frunció sus gruesos labios y se acurrucó en su sillón. Sus finos dedos acariciaron la suave piel del tapizado como si explorasen la ancha espalda de un hombre. Avancé hacia ella.
— Caer es la primera acción del ser—, dijo Ana.
— Caer es la única acción del ser—, la corregí, mientras me sentaba entre sus piernas— Antes y después nada existe.
Hundí mi cabeza en su falda. Comenzó a acariciarme el cabello. La pequeña Carolina, toda calidez y quince años, se acercó a Armando y besó sus labios largamente.
— Caer es estar vivo—, dijo.
Entonces el reloj cayó, como si un dios malévolo hubiese arrancado el clavo que lo sujetaba a la pared.
— Caer es ser arrastrado por una fuerza irresistible, sin algo de lo que agarrarse.
Pitó su cigarrillo apretándolo entre sus dedos fuertes y gordos. Después aplastó la colilla en un cenicero de piedra verde veteada. Estábamos en el cuarto sin ventanas los cuatro, un reloj de pared descompuesto, congelado para siempre en las diez y cuarto, y cuatro sillones. Y la puerta cerrada por fuera. Como no había ventanas, ninguno de nosotros hubiera podido afirmar si era de día o de noche.
Ana sonrió enigmática. Arqueó una ceja y dijo con voz ronca:
— Caer es ver la realidad tal como es, pero después de tiempo, y carecer de atenuantes para ello.
Y nos miró uno por uno. Su cabello lacio acompañó como una cascada el movimiento de su cuello. Lindos hombros. Permanecimos en silencio entre las cuatro paredes. En el centro del cuarto había una mesa ratona con cinco tasas de té y platos llenos de masitas. Quise tomar una, pero cuando me incorporé de mi asiento, lo hice demasiado bruscamente, y bajo mis pies el suelo pareció inclinarse. Me senté inmediatamente. Luego, lentamente, estiré mi brazo hasta el plato y tomé una masita. Deliciosa.
— Caer se relaciona con el concepto de que arriba es mejor y abajo peor. En este sentido, implica una pérdida, una desgracia—, arremetió nuevamente Armando mientras masticaba una masita. Todos lo miramos. Sus facciones duras, casi brutales, se articulaban en forma desdeñosa para emitir sonidos. Ver hablar a Armando era como ver hablar a una montaña: “Armando, el hombre montaña”. Cada vez que uno hablaba los tres restantes todos le mirábamos, excepto Armando, que miraba fijamente el reloj colgado en la pared.
La dulce Carolina reaccionó velozmente, casi saltando en su sillón:
— ¡Caer es irrumpir, aparecer algo por sorpresa! ¡Caen las visitas! ¡Cayó piedra sin llover! ¿Entienden?
Armando resopló con fastidio, sin dejar de mirar el reloj. Absurda como era, la situación me parecía divertida. Miré yo también el reloj. Sonreí. Era un reloj bastante bonito, de esos con forma de casita con techo a dos aguas. De madera opaca y oscura. Reloj inútil, reloj roto, reloj loco. Miré a Ana y ella que me estaba mirando, desvió su vista. Caíste, pensé, caíste.
— Se cae en una trampa: caer es seguir el camino que otro nos ha preparado para ponernos a prueba —dijo Ana, acurrucada en su sillón. Sonrió y levantó sus ojos hasta encontrarme: — Caer es pisar el palito, morder el anzuelo…
Entonces algo habló a través de mí y dije:
— Caer es haber perdido el control, o mejor dicho, vernos forzados a admitirlo ante todos.
Nuevamente, mis labios se movieron:
— O mejor aún: vernos forzados a admitir ante nosotros mismos que nunca lo tuvimos.
— ¡Es un quiebre! —exclamó Carolina dando un salto. Miré sus piernas suaves y firmes debajo de la falda, que se había levantado dejando ver sus muslos. Después sus ojos parecieron apagarse, cuando agregó con la voz quebrada: —Caer supone un final, un punto culminante, una ruptura en un orden, algo que termina…
Silencio durante largos minutos, y luego, bruscamente, Armando levantó su grueso corpachón del sillón y se dirigió al reloj. El cuarto tembló bajo sus poderosos pasos, pero no pareció importarle. Algunas masitas demasiado cercanas al borde de la mesa cayeron al piso junto con otras que habían caído antes. Armando pisó algunas y entonces el suelo se llenó de migas. Armando caminó hasta situarse justo bajo el reloj.
— Deberíamos tirar este reloj a la mierda — masculló Armando—, es estúpido, tan estúpido… todo esto es simplemente estúpido.
Volví a mirar el estúpido reloj en la pared. Siempre las diez y cuarto. Se me antojó que la figura corpulenta de Armando perdía sentido frente a ese pequeño reloj. ¿Por qué lo molestaba? A mí el reloj no me molestaba en lo más mínimo.
— Es cierto que el reloj no tiene sentido — dije por decir algo—, pero en realidad ¿quién de nosotros lo tiene? Ninguno de los cuatro.
— Al menos actuamos como si lo tuviésemos— dijo Armando sin mirarme.
— ¿Vos no tenés ningún sentido? — desafió Ana.
— No. No sé.
Carolina me sonrió y se encogió de hombros y cruzó sus piernas.
— Sé que hablo, me alimento, sé que nos influimos y todo eso. Hasta podemos desnudarnos, hacernos el amor, rezar o asesinarnos entre estas cuatro paredes. Pero eso no nos da un sentido en absoluto. Quiero decir, ¿para qué estamos acá?, ¿qué va a pasar con nosotros? ¿Nos conocemos de antes, acaso?, creo recordar sus rostros y sus nombres, pero… ¿cómo puedo estar seguro de algo aquí? ¿No hay algo como el mundo afuera?
Armando me miraba fieramente. No sé por qué me parecía que nadie debía contradecirlo. “Armando, el hombre de las manos de acero”. En efecto, si él hubiese decidido asesinarme, podría haberlo hecho con sus solas manos. Siempre parecía estar molesto por algo.
— Nosotros actuamos en una dirección y eso nos da un sentido, quieras verlo o no, prefieras llamarlo simulación o no —dijo Armando—. En cambio ese reloj… simplemente carece de sentido en absoluto, porque no hace lo que se espera de él, marcando las diez y cuarto para siempre.
— —Ese reloj ya no es, desde hace mucho, un reloj. Es otra cosa, pero todavía no sabemos qué, solamente eso.
— ¿Ah, no?
— No. ¿Cómo puede cualquiera estar seguro de algo aquí? El sentido no lo brinda lo que hacemos, sino lo que somos, y de eso nunca se puede estar seguro.
— Al menos nosotros tenemos un margen de decisión. No permanecemos colgando de una pared en el vacío.
— ¿Lo tenemos? —repliqué— ¿Sí? Salgamos de aquí entonces. Ahora.
— Esta discusión es estúpida, ¿de qué estábamos hablando? — terció Ana.
Me callé y el reloj ocupó todos mis pensamientos. Tan tremenda, tan total era su incoherencia, que avanzaba sobre mí, cubriéndome como un manto de terciopelo negro. La caída, algo sobre una caída, creo que dijo alguien. Pensé en una mariposa atravesada por un alfiler. Debía haber, en alguna parte, un entomólogo. A esta altura, ese reloj era para mí, con su absoluta falta de sentido, lo único real en aquel cuarto. Si había algo que me sujetaba al universo era la desesperante incoherencia de aquel reloj, que me recordaba la magnitud de la nuestra propia, pobres simuladores. Todos nosotros, pensé, estábamos sujetos al universo merced a ese reloj, cuyo clavo no lo sujetaba a la pared, sino que nos atravesaba a los cuatro, al cuarto, a los sillones y las masitas y el té como un absurdo brochette. ¡Este es el punto culminante! ¿Entienden? ¡No es el reloj el que por un clavo está sujeto a la pared; somos nosotros los que por él lo estamos al universo!
Levanté mi vista. Armando me miraba, los ojos en llamas. Me di cuenta de que exageraba. Yo también había exagerado antes, sin poder evitarlo.
— Caer supone un final, un punto culminante, una ruptura en un orden —repetí.
Ana frunció sus gruesos labios y se acurrucó en su sillón. Sus finos dedos acariciaron la suave piel del tapizado como si explorasen la ancha espalda de un hombre. Avancé hacia ella.
— Caer es la primera acción del ser—, dijo Ana.
— Caer es la única acción del ser—, la corregí, mientras me sentaba entre sus piernas— Antes y después nada existe.
Hundí mi cabeza en su falda. Comenzó a acariciarme el cabello. La pequeña Carolina, toda calidez y quince años, se acercó a Armando y besó sus labios largamente.
— Caer es estar vivo—, dijo.
Entonces el reloj cayó, como si un dios malévolo hubiese arrancado el clavo que lo sujetaba a la pared.
BUKOWSKI DIXIT
Elegí este fragmento porque me sorprendió. Es lo más cercano que vi a Chinaski de ponerse "flojo" nunca. Casi como una mariquita, diría él. Es de La senda del perdedor.
"Podía ver el camino que se abría frente a mí. Yo era pobre e iba a continuar siéndolo. Pero tampoco deseaba especialmente tener dinero. No sabía qué es lo que quería. Sí, lo sabía. Deseaba algún lugar donde esconderme, algún sitio donde no tuviera que hacer nada. El pensamiento de llegar a ser alguien no sólo no me atraía sino que me enfermaba. Pensar en ser un abogado, concejal, ingeniero, cualquier cosa por el estilo, me parecía imposible. O casarme, tener hijos, enjaularme en la estructura familiar. Ir a algún sitio para trabajar todos los días y después volver. Era imposible. Hacer cosas normales como ir a comidas campestres, fiestas de Navidad, el 4 de Julio, el Día del Trabajo, el Día de la Madre... ¿acaso los hombres nacían para soportar esas cosas y luego morir? Prefería ser un lavaplatos, volver a mi pequeña habitación y emborracharme hasta dormirme.
Mi padre tenía un plan maestro. Me dijo:
—Hijo mío, cada hombre debería de comprar una casa en su vida. Cuando muera, su hijo heredaría esa casa. Más adelante ese hijo compra su propia casa y luego muere. Entonces su hijo hereda dos casas. Ese otro hijo pronto adquiere la suya propia y entonces ya tiene tres casas...
La estructura familiar. O cómo vencer a la adversidad a través de la familia. El creía en eso. Coge la familia, mézclala con Dios y la Nación, añade diez horas de trabajo diario, y tienes todo lo que necesitas.
Observé a mi padre, sus manos, su rostro, sus cejas, y supe que ese hombre no tenía nada que ver conmigo. Era un extraño. Mi madre no existía. Yo era un maldito. Mirando a mi padre no vi nada más que una insipidez indecente. Peor aún, él tenía mayor miedo a fracasar que el resto de la gente. Siglos de sangre campesina y de educación campesina. Las características sanguíneas de los
Chinaski se habían debilitado por unos cuantos siervos de la gleba que empeñaron sus vidas en pequeños logros fraccionarios e ilusorios. No hubo
ningún hombre en el árbol genealógico que dijera: «¡No quiero una casa, quiero mil casas y ahora mismo!»
Mi padre me había enviado a ese instituto para ricos deseando que se me pegara el aire de los dirigentes mientras observaba a los muchachos ricachones haciendo chirriar sus cupés color crema y acompañando a chicas de trajes brillantes. Sin embargo aprendí que los pobres normalmente permanecen en la pobreza. Que los jóvenes ricos husmean el hedor de los pobres y aprenden a
encontrarlo divertido. Tienen que reírse, porque de lo contrario sería demasiado aterrador. Han aprendido eso a lo largo de los siglos. Nunca perdonaré a las chicas por meterse en esos cupés color crema con los ríentes muchachos. No podían evitarlo, por supuesto, pero siempre pensabas que tal vez... Pero no. No había tal vez. El bienestar económico significaba victoria, y la victoria era la única realidad.
¿Qué mujer elige vivir con un lavaplatos?
Durante toda mi estancia en el instituto traté de no pensar mucho en como me podrían ir eventualmente las cosas. Parecía mejor evitar pensarlo...
Finalmente llegó el día de la Promoción de los Mayores. Se celebró en el gimnasio de las chicas y con música en vivo, una verdadera banda. No sé por qué, pero esa noche me acerqué andando —recorriendo las dos millas y media desde casa de mis padres—, me planté en la oscuridad y miré hacia adentro a través de la malla metálica que cubría la ventana. Me quedé asombrado. Todas
las chicas parecían adultas, majestuosas, amorosas en sus vestidos largos; todas eran bellas. Y los chicos enfundados en sus esmóquines tenían un aspecto formidable, bailando todos tan erguidos, cada uno de ellos sosteniendo a una
chica en sus brazos y con sus caras aplastadas contra el pelo femenino. Todos danzaban magníficamente y la música sonaba límpida, fuerte y hermosa.
Entonces me vi reflejado en el cristal, granos y marcas cubriéndome la cara, la camisa deshilachada. Era como si un animal de la selva hubiera sido atraído por la luz. ¿Por qué había venido? Me sentí mal. Pero seguí mirando. El baile acabó. Hubo una pausa. Las parejas hablaban entre sí con soltura. Todo era natural y civilizado. ¿Dónde habían aprendido a conversar y bailar? Yo no podía ni conversar ni danzar. Todo el mundo sabía algo que yo desconocía. Las chicas eran tan bonitas, los muchachos tan bien parecidos. Era tan difícil mirar de cerca a una de esas chicas, y no digamos estar solo con ellas. Mirar en sus ojos
o bailar con ellas era algo más allá de mi alcance.
Y sin embargo sabía que lo que estaba viendo no era tan simple ni bonito corrió aparentaba. Había que pagar un precio por todo ello, una falsedad social en la cual se podía creer fácilmente, pero que podía ser el primer paso que condujera a un callejón sin salida. La banda de música comenzó a tocar de nuevo y los chicos y chicas bailaron mientras las luces giraban por encima de ellos lanzando destellos dorados, rojos, azules, verdes y otra vez dorados sobre las parejas. Mientras las observaba, me dije a mí mismo: «Algún día comenzará mi baile. Cuando llegue ese día, yo tendré algo que ellos no
poseen.»
Pero empezó a ser demasiado para mí. Los odié. Odié su belleza, su juventud sin problemas, y mientras los miraba danzar a través de los remansos de luz mágicamente coloreada, abrazándose entre ellos, sintiéndose tan bien, como niños inmaculados en gracia temporal, los odié porque tenían algo que yo aún desconocía, y me dije a mí mismo de nuevo: «Algún día seré tan feliz como cualquiera de vosotros, ya lo veréis.»
Ellos siguieron bailando y yo repetí mi promesa. Entonces oí un ruido tras de mí.
—Oye, ¿qué estás haciendo?
Era un viejo con una linterna. Tenía una cabeza como la de una rana.
—Estoy viendo el baile.
Sostuvo la linterna justo bajo su nariz. Sus ojos eran redondos y grandes. Brillaban como los de un gato bajo la luz de la luna. Pero su boca era seca y marchita y la cabeza redonda. Tenía una peculiar redondez en todos sus miembros que recordaba a una calabaza que intentara parecer inteligente.
—¡Mueve tu culo de ahí!
Me enfocó con la linterna.
—¿Quién es usted? —pregunté.
—Soy el guarda nocturno. ¡Mueve tu culo de ahí antes que llame a la policía!
—¿Por qué? Esta es la Promoción de los Mayores y yo soy uno de ellos.
Enfocó la linterna a mi cara. La banda tocaba «Púrpura intensa».
—¡Mierda! —dijo—. ¡Al menos tienes 22 años!
—Estoy en las listas de este año. Clase de 1939, promoción de graduados, Henry Chinaski.
—¿Por qué no estás dentro bailando?
—Olvídelo. Me voy a casa.
—Hazlo.
Me di la vuelta y empecé a andar. Su linterna enfocó el camino siguiéndome con su haz de luz. Salí del campus. Era una noche templada y agradable, casi calurosa. Creo que vi algunas luciérnagas, pero no estoy seguro."
"Podía ver el camino que se abría frente a mí. Yo era pobre e iba a continuar siéndolo. Pero tampoco deseaba especialmente tener dinero. No sabía qué es lo que quería. Sí, lo sabía. Deseaba algún lugar donde esconderme, algún sitio donde no tuviera que hacer nada. El pensamiento de llegar a ser alguien no sólo no me atraía sino que me enfermaba. Pensar en ser un abogado, concejal, ingeniero, cualquier cosa por el estilo, me parecía imposible. O casarme, tener hijos, enjaularme en la estructura familiar. Ir a algún sitio para trabajar todos los días y después volver. Era imposible. Hacer cosas normales como ir a comidas campestres, fiestas de Navidad, el 4 de Julio, el Día del Trabajo, el Día de la Madre... ¿acaso los hombres nacían para soportar esas cosas y luego morir? Prefería ser un lavaplatos, volver a mi pequeña habitación y emborracharme hasta dormirme.
Mi padre tenía un plan maestro. Me dijo:
—Hijo mío, cada hombre debería de comprar una casa en su vida. Cuando muera, su hijo heredaría esa casa. Más adelante ese hijo compra su propia casa y luego muere. Entonces su hijo hereda dos casas. Ese otro hijo pronto adquiere la suya propia y entonces ya tiene tres casas...
La estructura familiar. O cómo vencer a la adversidad a través de la familia. El creía en eso. Coge la familia, mézclala con Dios y la Nación, añade diez horas de trabajo diario, y tienes todo lo que necesitas.
Observé a mi padre, sus manos, su rostro, sus cejas, y supe que ese hombre no tenía nada que ver conmigo. Era un extraño. Mi madre no existía. Yo era un maldito. Mirando a mi padre no vi nada más que una insipidez indecente. Peor aún, él tenía mayor miedo a fracasar que el resto de la gente. Siglos de sangre campesina y de educación campesina. Las características sanguíneas de los
Chinaski se habían debilitado por unos cuantos siervos de la gleba que empeñaron sus vidas en pequeños logros fraccionarios e ilusorios. No hubo
ningún hombre en el árbol genealógico que dijera: «¡No quiero una casa, quiero mil casas y ahora mismo!»
Mi padre me había enviado a ese instituto para ricos deseando que se me pegara el aire de los dirigentes mientras observaba a los muchachos ricachones haciendo chirriar sus cupés color crema y acompañando a chicas de trajes brillantes. Sin embargo aprendí que los pobres normalmente permanecen en la pobreza. Que los jóvenes ricos husmean el hedor de los pobres y aprenden a
encontrarlo divertido. Tienen que reírse, porque de lo contrario sería demasiado aterrador. Han aprendido eso a lo largo de los siglos. Nunca perdonaré a las chicas por meterse en esos cupés color crema con los ríentes muchachos. No podían evitarlo, por supuesto, pero siempre pensabas que tal vez... Pero no. No había tal vez. El bienestar económico significaba victoria, y la victoria era la única realidad.
¿Qué mujer elige vivir con un lavaplatos?
Durante toda mi estancia en el instituto traté de no pensar mucho en como me podrían ir eventualmente las cosas. Parecía mejor evitar pensarlo...
Finalmente llegó el día de la Promoción de los Mayores. Se celebró en el gimnasio de las chicas y con música en vivo, una verdadera banda. No sé por qué, pero esa noche me acerqué andando —recorriendo las dos millas y media desde casa de mis padres—, me planté en la oscuridad y miré hacia adentro a través de la malla metálica que cubría la ventana. Me quedé asombrado. Todas
las chicas parecían adultas, majestuosas, amorosas en sus vestidos largos; todas eran bellas. Y los chicos enfundados en sus esmóquines tenían un aspecto formidable, bailando todos tan erguidos, cada uno de ellos sosteniendo a una
chica en sus brazos y con sus caras aplastadas contra el pelo femenino. Todos danzaban magníficamente y la música sonaba límpida, fuerte y hermosa.
Entonces me vi reflejado en el cristal, granos y marcas cubriéndome la cara, la camisa deshilachada. Era como si un animal de la selva hubiera sido atraído por la luz. ¿Por qué había venido? Me sentí mal. Pero seguí mirando. El baile acabó. Hubo una pausa. Las parejas hablaban entre sí con soltura. Todo era natural y civilizado. ¿Dónde habían aprendido a conversar y bailar? Yo no podía ni conversar ni danzar. Todo el mundo sabía algo que yo desconocía. Las chicas eran tan bonitas, los muchachos tan bien parecidos. Era tan difícil mirar de cerca a una de esas chicas, y no digamos estar solo con ellas. Mirar en sus ojos
o bailar con ellas era algo más allá de mi alcance.
Y sin embargo sabía que lo que estaba viendo no era tan simple ni bonito corrió aparentaba. Había que pagar un precio por todo ello, una falsedad social en la cual se podía creer fácilmente, pero que podía ser el primer paso que condujera a un callejón sin salida. La banda de música comenzó a tocar de nuevo y los chicos y chicas bailaron mientras las luces giraban por encima de ellos lanzando destellos dorados, rojos, azules, verdes y otra vez dorados sobre las parejas. Mientras las observaba, me dije a mí mismo: «Algún día comenzará mi baile. Cuando llegue ese día, yo tendré algo que ellos no
poseen.»
Pero empezó a ser demasiado para mí. Los odié. Odié su belleza, su juventud sin problemas, y mientras los miraba danzar a través de los remansos de luz mágicamente coloreada, abrazándose entre ellos, sintiéndose tan bien, como niños inmaculados en gracia temporal, los odié porque tenían algo que yo aún desconocía, y me dije a mí mismo de nuevo: «Algún día seré tan feliz como cualquiera de vosotros, ya lo veréis.»
Ellos siguieron bailando y yo repetí mi promesa. Entonces oí un ruido tras de mí.
—Oye, ¿qué estás haciendo?
Era un viejo con una linterna. Tenía una cabeza como la de una rana.
—Estoy viendo el baile.
Sostuvo la linterna justo bajo su nariz. Sus ojos eran redondos y grandes. Brillaban como los de un gato bajo la luz de la luna. Pero su boca era seca y marchita y la cabeza redonda. Tenía una peculiar redondez en todos sus miembros que recordaba a una calabaza que intentara parecer inteligente.
—¡Mueve tu culo de ahí!
Me enfocó con la linterna.
—¿Quién es usted? —pregunté.
—Soy el guarda nocturno. ¡Mueve tu culo de ahí antes que llame a la policía!
—¿Por qué? Esta es la Promoción de los Mayores y yo soy uno de ellos.
Enfocó la linterna a mi cara. La banda tocaba «Púrpura intensa».
—¡Mierda! —dijo—. ¡Al menos tienes 22 años!
—Estoy en las listas de este año. Clase de 1939, promoción de graduados, Henry Chinaski.
—¿Por qué no estás dentro bailando?
—Olvídelo. Me voy a casa.
—Hazlo.
Me di la vuelta y empecé a andar. Su linterna enfocó el camino siguiéndome con su haz de luz. Salí del campus. Era una noche templada y agradable, casi calurosa. Creo que vi algunas luciérnagas, pero no estoy seguro."
viernes, junio 18, 2004
Seguir a Kant desde la más absoluta caradurez
Kant dice que espacio y tiempo son categorías que el hombre “inyecta” en las cosas para poder conocerlas. Pienso que se refiere a estas categorías como humanas, no absolutas. Por lo tanto, es correcto decir que el hombre inyecta en las cosas sus categorías de tiempo y espacio. Lo que equivale a decir que otras formas de vida —caballos, arañas, bacterias, virus, ¿células, átomos?— pueden, a priori, inyectar en las cosas sus propias categorías de espacio y tiempo. Incluso puede que les sean inherentes otras categorías más allá de nuestra imaginación.
Existe un tiempo-hormiga, un espaciotiempo-bacteria, un espacio-pájaro y así, con fenómenos que les son evidentes, con eventos que representan para ellos lo mismo que representa para un humano, por caso, la idea de Dios.
Tal vez Dios sea uno de los nombres que recibe la misteriosa, inaccesible forma en que todos los hechos del universo se encadenan.
Existe un tiempo-hormiga, un espaciotiempo-bacteria, un espacio-pájaro y así, con fenómenos que les son evidentes, con eventos que representan para ellos lo mismo que representa para un humano, por caso, la idea de Dios.
Tal vez Dios sea uno de los nombres que recibe la misteriosa, inaccesible forma en que todos los hechos del universo se encadenan.
miércoles, junio 16, 2004
Pillip K. Dick
Estoy contento. Me bajé todos los cuentos y novelas de este autor, a quien conocí gracias a que un tío me compraba, cuando yo tenía no más de doce años, una colección de novela de ciencia ficción.
Para quienes ya lo conocen, les paso la web donde subieron su obra completa:
www.phildick.com.ar
Para quienes no lo conocen, algunas frases selectas de las novelas de Dick, recopìladas por al autor de la web:
Dios no existe. Si cuando muera descubro que me he equivocado, alegaré como circunstancias atenuantes mi ignorancia y el hecho que me educaron mal. (La invasión divina)
Llamamos piadosas a las personas que hablan a Dios, y locas a aquellas a quienes Dios habla. (La transmigración de Timothy Archer)
¿Miedo a la muerte?¿Su muerte? ¿O la muerte en general? (Tiempo de Marte)
1) Dios no existe. 2) Y además es un estúpido. (Sivainvi)
No hay nada fantástico o ultradimensional en el pasto... a menos que seas un escritor de CF, en tal caso verías muy pronto el pasto sospechosamente (Introducción a «The best of PDK»)
Conozco la esquizofrenia. Es el salvaje dentro del hombre. (Tiempo de Marte)
Debería existir una cláusula obligatoria por la que, si uno encuentra a Dios, no fuera posible perderlo. (Sivainvi)
Dios ha muerto, encontraron su cadáver en 2019, flotando en el espacio cerca de Alfa. (Nuestros amigos de Frolik 8)
El famoso libro: «Cómo me levanté de entre los muertos en mi tiempo libre y también usted puede hacerlo» de A. J. Specktowsky. (Laberinto de Muerte)
Uno de los mayores actos de la clemencia de Dios es que nos tiene en perpetua ignorancia de nuestro destino. (Sivainvi)
Estoy más lejos de la satisfacción de lo que es humanamente posible. (Lotería Solar)
Se preguntó qué le diría ella si lo viera ahora, encarcelado, abandonado por su mujer y su hijo, el carburador del automóvil dañado, su cordura perdida. (Sivainvi)
Estamos en la Tierra para descubrir que lo que más quieres te será arrebatado (La transmigración de Timothy Archer)
Luchan por todas partes. Por el universo entero. Para eso es el universo. (Muñecos cósmicos)
Lo real es aquello en lo que Dios cree. (Sivainvi)
Por definición, el futuro no ha sucedido. Y si existiera el conocimiento previo, éste cambiaría el futuro, lo que invalidaría el conocimiento. (El tiempo doblado)
El universo tiene la costumbre de suprimir a los anacronismos. (Sivainvi)
El espectáculo de demagogos enviando a millones de seres a la muerte, arruinando al mundo con guerras fanáticas y derramamientos de sangre, desgarrando naciones enteras para imponer una supuesta «verdad» filosófica o política, es algo asqueroso. (El tiempo doblado)
Fui educado en el hecho de que el mayor de los dolores no viene zumbando desde un planeta lejano, si no desde la profundidad del corazón. (Introducción a «The best of PDK»)
Eventualmente, la muerte nos atrapará a todos. (Nuestros amigos de Frolik 8)
Toda la creación es un lenguaje y nada más que un lenguaje que, por alguna razón inexplicable, no podemos leer afuera ni escuchar adentro. Por tanto, afirmo que nos hemos convertido en idiotas. (Sivainvi)
Lo primero que descubrí es que he muerto, que nunca viví para hacerme adulto... (Muñecos cósmicos)
Realidad es lo que no desaparece aun cuando hayas dejado de creer en su existencia. (Sivainvi)
Si alguien hubiese descubierto un sistema de predicción de azar eficaz, estaría utilizándolo, no vendiéndolo. (Lotería Solar)
Entonces, el verdadero nombre de la religión... es muerte. (Sivainvi)
Un hombre es el modo en que un espermatozoide produce otro espermatozoide. (Laberinto de Muerte)
Era uno de esos trucos típicos de la mente femenina: llegado un momento, siempre tenían que eludir la realidad y ponerse a arrojar culpa hacia todos lados, hacia cualquiera que estuviese a su alcance. (Tiempo de Marte)
Para quienes ya lo conocen, les paso la web donde subieron su obra completa:
www.phildick.com.ar
Para quienes no lo conocen, algunas frases selectas de las novelas de Dick, recopìladas por al autor de la web:
Dios no existe. Si cuando muera descubro que me he equivocado, alegaré como circunstancias atenuantes mi ignorancia y el hecho que me educaron mal. (La invasión divina)
Llamamos piadosas a las personas que hablan a Dios, y locas a aquellas a quienes Dios habla. (La transmigración de Timothy Archer)
¿Miedo a la muerte?¿Su muerte? ¿O la muerte en general? (Tiempo de Marte)
1) Dios no existe. 2) Y además es un estúpido. (Sivainvi)
No hay nada fantástico o ultradimensional en el pasto... a menos que seas un escritor de CF, en tal caso verías muy pronto el pasto sospechosamente (Introducción a «The best of PDK»)
Conozco la esquizofrenia. Es el salvaje dentro del hombre. (Tiempo de Marte)
Debería existir una cláusula obligatoria por la que, si uno encuentra a Dios, no fuera posible perderlo. (Sivainvi)
Dios ha muerto, encontraron su cadáver en 2019, flotando en el espacio cerca de Alfa. (Nuestros amigos de Frolik 8)
El famoso libro: «Cómo me levanté de entre los muertos en mi tiempo libre y también usted puede hacerlo» de A. J. Specktowsky. (Laberinto de Muerte)
Uno de los mayores actos de la clemencia de Dios es que nos tiene en perpetua ignorancia de nuestro destino. (Sivainvi)
Estoy más lejos de la satisfacción de lo que es humanamente posible. (Lotería Solar)
Se preguntó qué le diría ella si lo viera ahora, encarcelado, abandonado por su mujer y su hijo, el carburador del automóvil dañado, su cordura perdida. (Sivainvi)
Estamos en la Tierra para descubrir que lo que más quieres te será arrebatado (La transmigración de Timothy Archer)
Luchan por todas partes. Por el universo entero. Para eso es el universo. (Muñecos cósmicos)
Lo real es aquello en lo que Dios cree. (Sivainvi)
Por definición, el futuro no ha sucedido. Y si existiera el conocimiento previo, éste cambiaría el futuro, lo que invalidaría el conocimiento. (El tiempo doblado)
El universo tiene la costumbre de suprimir a los anacronismos. (Sivainvi)
El espectáculo de demagogos enviando a millones de seres a la muerte, arruinando al mundo con guerras fanáticas y derramamientos de sangre, desgarrando naciones enteras para imponer una supuesta «verdad» filosófica o política, es algo asqueroso. (El tiempo doblado)
Fui educado en el hecho de que el mayor de los dolores no viene zumbando desde un planeta lejano, si no desde la profundidad del corazón. (Introducción a «The best of PDK»)
Eventualmente, la muerte nos atrapará a todos. (Nuestros amigos de Frolik 8)
Toda la creación es un lenguaje y nada más que un lenguaje que, por alguna razón inexplicable, no podemos leer afuera ni escuchar adentro. Por tanto, afirmo que nos hemos convertido en idiotas. (Sivainvi)
Lo primero que descubrí es que he muerto, que nunca viví para hacerme adulto... (Muñecos cósmicos)
Realidad es lo que no desaparece aun cuando hayas dejado de creer en su existencia. (Sivainvi)
Si alguien hubiese descubierto un sistema de predicción de azar eficaz, estaría utilizándolo, no vendiéndolo. (Lotería Solar)
Entonces, el verdadero nombre de la religión... es muerte. (Sivainvi)
Un hombre es el modo en que un espermatozoide produce otro espermatozoide. (Laberinto de Muerte)
Era uno de esos trucos típicos de la mente femenina: llegado un momento, siempre tenían que eludir la realidad y ponerse a arrojar culpa hacia todos lados, hacia cualquiera que estuviese a su alcance. (Tiempo de Marte)
viernes, junio 11, 2004
Superheroe en camioneta vieja
Afuera la tormenta arreciaba sobre la casa. Los ocasionales relámpagos iluminaban su interior de muebles viejos y cortinas pesadas. La casa olía a encierro. Por sus paredes cubiertas de moho se deslizaban hilos de agua babosa y fría. La casa entera estaba poblada de charcos. Su dueño no tenía tiempo para hacer las refacciones. Había llovido toda la semana, y probablemente lloviera durante la siguiente también.
Angel miró la imagen que el espejo del botiquín le devolvía. Parecía cansado. Mal dormido. La barba crecida. Estaba pálido. Trató de recordarse a sí mismo como era antes, como había sido antes de la epidemia. No pudo. No podía ir más atrás del día en que Luz cayó enferma. Murió tres horas después de comenzado el violento ataque de fiebre. Igual que millones. Como miles de millones en todo el mundo. En este punto su mente se paralizaba ante el esfuerzo por abarcar la verdadera magnitud del desastre. Desistió del intento; demasiada presión, que no necesitaba ahora. Y liberado de su inmovilidad, su pensamiento derivó en simples imágenes concretas. Morían en la calle. Morían en sus trabajos. En las canchas de fútbol. Haciendo el amor, de a dos, de a diez, de a miles. Morían en puñados, morían como hormigas, morían sin tener tiempo a despedirse. Controles sanitarios desbordados, y el absoluto descontrol que reina donde sólo pueden sobrevivir los más rápidos, fuertes o afortunados. Y ahora la tormenta, arruinándolo todo.
Angel fue afortunado. Su mujer murió y él no. Su mujer murió en sus brazos, jurándole amor eterno, y él siguió vivo. Por lo que pudo leer en los diarios de esos días, todo parecía haber empezado en algún punto de Ecuador, cerca de la frontera con Perú. los diarios de allí daban cuenta de centenares de miles de muertos, y de embotellamientos en las rutas de salida de las ciudades. Y de incidentes armados. Un mes después, la población de América Latina se encontraba casi exterminada y la peste llegaba a Norteamérica y la costa atlántica de Europa.
La terrible, exhuberante América, parecía devolver a la aguerrida Europa las viejas plagas, potenciadas un millón de veces. Y Europa apuró su trago hasta el fondo. Y también Asia, a su turno. Las filmaciones de China muestran un hormiguero en etapa de destrucción.
Dada la inusitada velocidad de propagación, todas las investigaciones que se intentaron habían quedado inconclusas. Sus investigadores se morían. Angel había formado parte, gracias a sus estudios de genética, de uno de los tantos proyectos que se habían emprendido. Pero también éste había quedado trunco. Angel miró por la ventana. Un relámpago iluminó la vieja camioneta. Resistió la tentación de salir con ese temporal. No podía, no debía correr riesgos. y sin embargo, el tiempo le corría ahora en contra. ¿Cuánto esperar? ¿Un día, dos días más? Lo mejor, ahora, era tratar de dormir.
La mañana siguiente Angel despertó empapado en sudor. La claridad entraba por la ventana. Se asomó. La lluvia había cesado, y el sol empezaba a levantarse detrás del mar. Iba a ser un día fresco, tal vez ventoso. Por primera vez en mucho tiempo, Angel se sintió bien. Se supo capaz de tomar el destino en sus manos, y hacerlo suyo. El tiempo se le presentaba infinito, ancho, tendiéndole la mano. Y en esa mano había una oportunidad dorada. Sin vestirse siquiera, tomó las llaves de la camioneta y salió corriendo de la casa.
Era Aquiles, y Hércules, y Sansón, y los dioses incas y egipcios, todos ellos amasados y confundidos y si resultaba vencedor las generaciones venideras cantarían loas a él, el supremo de todos. Sonrió ante este pensamiento. Bajó de la camioneta. Entró a la casa. Desparramó sobre la mesa las jeringas, los frascos, las pastillas, las gasas, las botellas de alcohol. Todo iba a andar muy bien. Sólo había que curar una simple gripe. Había salido el sol al fin. Una simple gripe.
Se puso de pie y tomó la jeringa cargada en su mano temblorosa. Iba a aplicar un antídoto en la persona más importante que jamás hubiera existido en la historia del hombre.
En el cuarto, detrás suyo, agonizaba la última mujer del mundo.
Angel miró la imagen que el espejo del botiquín le devolvía. Parecía cansado. Mal dormido. La barba crecida. Estaba pálido. Trató de recordarse a sí mismo como era antes, como había sido antes de la epidemia. No pudo. No podía ir más atrás del día en que Luz cayó enferma. Murió tres horas después de comenzado el violento ataque de fiebre. Igual que millones. Como miles de millones en todo el mundo. En este punto su mente se paralizaba ante el esfuerzo por abarcar la verdadera magnitud del desastre. Desistió del intento; demasiada presión, que no necesitaba ahora. Y liberado de su inmovilidad, su pensamiento derivó en simples imágenes concretas. Morían en la calle. Morían en sus trabajos. En las canchas de fútbol. Haciendo el amor, de a dos, de a diez, de a miles. Morían en puñados, morían como hormigas, morían sin tener tiempo a despedirse. Controles sanitarios desbordados, y el absoluto descontrol que reina donde sólo pueden sobrevivir los más rápidos, fuertes o afortunados. Y ahora la tormenta, arruinándolo todo.
Angel fue afortunado. Su mujer murió y él no. Su mujer murió en sus brazos, jurándole amor eterno, y él siguió vivo. Por lo que pudo leer en los diarios de esos días, todo parecía haber empezado en algún punto de Ecuador, cerca de la frontera con Perú. los diarios de allí daban cuenta de centenares de miles de muertos, y de embotellamientos en las rutas de salida de las ciudades. Y de incidentes armados. Un mes después, la población de América Latina se encontraba casi exterminada y la peste llegaba a Norteamérica y la costa atlántica de Europa.
La terrible, exhuberante América, parecía devolver a la aguerrida Europa las viejas plagas, potenciadas un millón de veces. Y Europa apuró su trago hasta el fondo. Y también Asia, a su turno. Las filmaciones de China muestran un hormiguero en etapa de destrucción.
Dada la inusitada velocidad de propagación, todas las investigaciones que se intentaron habían quedado inconclusas. Sus investigadores se morían. Angel había formado parte, gracias a sus estudios de genética, de uno de los tantos proyectos que se habían emprendido. Pero también éste había quedado trunco. Angel miró por la ventana. Un relámpago iluminó la vieja camioneta. Resistió la tentación de salir con ese temporal. No podía, no debía correr riesgos. y sin embargo, el tiempo le corría ahora en contra. ¿Cuánto esperar? ¿Un día, dos días más? Lo mejor, ahora, era tratar de dormir.
La mañana siguiente Angel despertó empapado en sudor. La claridad entraba por la ventana. Se asomó. La lluvia había cesado, y el sol empezaba a levantarse detrás del mar. Iba a ser un día fresco, tal vez ventoso. Por primera vez en mucho tiempo, Angel se sintió bien. Se supo capaz de tomar el destino en sus manos, y hacerlo suyo. El tiempo se le presentaba infinito, ancho, tendiéndole la mano. Y en esa mano había una oportunidad dorada. Sin vestirse siquiera, tomó las llaves de la camioneta y salió corriendo de la casa.
Era Aquiles, y Hércules, y Sansón, y los dioses incas y egipcios, todos ellos amasados y confundidos y si resultaba vencedor las generaciones venideras cantarían loas a él, el supremo de todos. Sonrió ante este pensamiento. Bajó de la camioneta. Entró a la casa. Desparramó sobre la mesa las jeringas, los frascos, las pastillas, las gasas, las botellas de alcohol. Todo iba a andar muy bien. Sólo había que curar una simple gripe. Había salido el sol al fin. Una simple gripe.
Se puso de pie y tomó la jeringa cargada en su mano temblorosa. Iba a aplicar un antídoto en la persona más importante que jamás hubiera existido en la historia del hombre.
En el cuarto, detrás suyo, agonizaba la última mujer del mundo.
Nada que decir, otra vez
Como yo lo veo, hay en el hombre, amorfo como es, pánico de la forma; hay también deseo por alcanzar una forma , deseo que nace como reacción a ese terror y que se orienta a la caza de un bálsamo tranquilizante.
Me pregunto quién soy yo. Después me pregunto quién es yo. Y pienso con cuanta audacia Descartes se pronunció existente por pensar.
Bah... quisiera escribir cosas más entretenidas y que quien ingrese a este blog se vea envuelto por mis palabras, irresistiblemente seducido a dejar un mensaje, atrapado por la trampa genial que le tiendo.
Es un anhelo hecho de fantasías que se entrecruzan con fantasias. La verdad, me digo a mí mismo, es que a mis treintayuno todavía no logré nada. Nada que trascienda, nada que exprese algo más que mis lamentos y una torpe, tímida vocación por la escritura.
Quién es yo. Quién sueña mis sueños, quién se obstina en mis deseos. De quién es la mano que empuña el cepillo de dientes cada mañana, de quién esos ojos que me adivinan desde el pozo de mi rostro.
¿Y si no puedo? ¿Y si nunca puedo alcanzar lo que deseo? ¿Y si me estrello contra el suelo luego de carretear un corto vuelo? Lo que más dolerán serán las risas. De miedos como éste está empedrado el camino de los que fracasan, ya lo sé. Ya sé, sí, que intentar y no poder no es fracasar, que fracasar es no abrir el candado, dejar la puerta cerrada, no saltar, quedarse inmóvil.
Pienso en esos animales del fondo del mar que para sobrevivir permanecen inmóviles mientras el predador los ronda. A pura sensación (su mente no está lo bastante desarrollada como para razonar lo que están haciendo), a pura sensación física, a pura electricidad, a puro vértigo irracional, así se juegan su oportunidad de quedarse acá un ratito más y, con suerte, procrearse.
Agazapada, la ausencia de algo para decir me ha saltado encima con todo su peso.
Me pregunto quién soy yo. Después me pregunto quién es yo. Y pienso con cuanta audacia Descartes se pronunció existente por pensar.
Bah... quisiera escribir cosas más entretenidas y que quien ingrese a este blog se vea envuelto por mis palabras, irresistiblemente seducido a dejar un mensaje, atrapado por la trampa genial que le tiendo.
Es un anhelo hecho de fantasías que se entrecruzan con fantasias. La verdad, me digo a mí mismo, es que a mis treintayuno todavía no logré nada. Nada que trascienda, nada que exprese algo más que mis lamentos y una torpe, tímida vocación por la escritura.
Quién es yo. Quién sueña mis sueños, quién se obstina en mis deseos. De quién es la mano que empuña el cepillo de dientes cada mañana, de quién esos ojos que me adivinan desde el pozo de mi rostro.
¿Y si no puedo? ¿Y si nunca puedo alcanzar lo que deseo? ¿Y si me estrello contra el suelo luego de carretear un corto vuelo? Lo que más dolerán serán las risas. De miedos como éste está empedrado el camino de los que fracasan, ya lo sé. Ya sé, sí, que intentar y no poder no es fracasar, que fracasar es no abrir el candado, dejar la puerta cerrada, no saltar, quedarse inmóvil.
Pienso en esos animales del fondo del mar que para sobrevivir permanecen inmóviles mientras el predador los ronda. A pura sensación (su mente no está lo bastante desarrollada como para razonar lo que están haciendo), a pura sensación física, a pura electricidad, a puro vértigo irracional, así se juegan su oportunidad de quedarse acá un ratito más y, con suerte, procrearse.
Agazapada, la ausencia de algo para decir me ha saltado encima con todo su peso.
viernes, junio 04, 2004
Cazador cazado
¡Maldición! Mi presa se acaba de escapar nuevamente.
En Avenida de MAyo al 600, me dicen que ayer vendieron dos tomos (no recuerda cuales) de El idiota de la familia, de Sartre sobre Gustave Flaubert. A mí me falta el tercero. Ayer nomás, vendió dos tomos... hijo de puta...
Si alguien que lee esto lo tiene, estoy dispuesto a ofertar por él, lo cual incluye la entrega de mi cuerpo firme y suave. Si la poseedora del libro es una agraciada dama, mucho mejor, si es un rudo estibador o un rancio profesor de literatura, la entrega del billete se cancela. Por cierto, el asunto es contraentrega.
¿Qué pasa con estos libros que nos encuentran? ¿Es el azar el que hace que de la nada nos caiga, literalmetne, un libro dado en las manos, en un momento determinado de nuetsras vidas? Tengo la teoría de que no sólo los libros muerden, sino que además huelen a sus presas.
¿No era yo, al comienzo, el cazador en busca de su presa?
En Avenida de MAyo al 600, me dicen que ayer vendieron dos tomos (no recuerda cuales) de El idiota de la familia, de Sartre sobre Gustave Flaubert. A mí me falta el tercero. Ayer nomás, vendió dos tomos... hijo de puta...
Si alguien que lee esto lo tiene, estoy dispuesto a ofertar por él, lo cual incluye la entrega de mi cuerpo firme y suave. Si la poseedora del libro es una agraciada dama, mucho mejor, si es un rudo estibador o un rancio profesor de literatura, la entrega del billete se cancela. Por cierto, el asunto es contraentrega.
¿Qué pasa con estos libros que nos encuentran? ¿Es el azar el que hace que de la nada nos caiga, literalmetne, un libro dado en las manos, en un momento determinado de nuetsras vidas? Tengo la teoría de que no sólo los libros muerden, sino que además huelen a sus presas.
¿No era yo, al comienzo, el cazador en busca de su presa?
FERDYDURKE, WITOLD GROMBOWICZ
(...) ¡Cómo envidiaba a aquellos literatos, sublimados ya desde la cuna y evidentemente predestinados a la Superioridad, cuya alma ascendía sin cesar, como si alguien con una aguja les pinchase las asentaderas, escritores
serios que se tomaban sus almas en serio y quienes con facilidad innata, con grandes sufrimientos creadores, operaban dentro de un mundo de conceptos tan elevados y para siempre consagrados que casi el mismo Dios les resultaba
vulgar e innoble! ¿Por qué no es permitido a cada uno engendrar una novela más sobre el amor o denunciar con el corazón vehementemente torturado alguna injusticia social, transformándose en un Luchador del Pueblo? ¿O escribir
versos y en un Poeta convertirse y creer en la “noble misión de la poesía”? ¿Ser talentoso y con el talento alimentar y elevar a las muchedumbres de almas no-talentosas? ¡Ah, qué satisfacción; sufrir y torturarse, sacrificar y quemarse en el altar, mas siempre en las alturas, dentro de categorías tan sublimadas, tan adultas! Satisfacción para sí mismo y satisfacción para los demás: realizar su propia expansión a través de milenarias instituciones culturales con tanta seguridad como si se pusiese dineros, en un banco. Pero yo era —¡ay de mí!— un adolescente y la adolescencia era mi única institución cultural. Doblemente atrapado y limitado: una vez por mi pasado infantil del que no podía olvidarme; otra vez por el concepto infantil que otros tenían de mí,
esa caricatura de mí mismo que ellos guardaban en sus almas... era un melancólico esclavo de la verdura, ay, un insecto prisionero del denso matorral.
¡No sólo molesta, sino peligrosa situación! Porque los maduros a nada tienen tanto asco como a la inmadurez, y nada les resulta más odioso. Ellos soportarán fácilmente al espíritu más destructivo a condición de que actúe dentro del marco de la madurez. No les asusta un revolucionario que combate un ideal maduro con otro ideal maduro y que, por ejemplo, destroza a la Monarquía con la República o, al contrario, despedaza a la República con la Monarquía. ¡Hasta lo ven con agrado cuando funciona bien el sublimado, maduro negocio! Pero si, en alguien huelen la inmadurez, si huelen al jovencito, se echarán sobre él, lo picotearán hasta matarlo, como los cisnes picotean al pato, lo aplastarán con su sarcasmo. Entonces, ¿cómo terminará todo eso? ¿Adónde llegaré por ese camino? ¿Cómo se ha originado en mí (pensaba yo) esa esclavitud de lo informe, esa fascinación por lo verde; acaso porque provenía de un país rico en seres no pulidos, primitivos y transitorios, donde
ningún cuello queda bien a nadie, donde más que la melancolía y el destino son los incapaces y perezosos quienes se quedan por los campos gimiendo? ¿O puede ser porque vivía en una época pasajera que a cada rato inventaba lemas y muecas y en convulsiones retorcía su rostro de mil maneras?...
El alba pálida entraba por la ventana, y yo, mientras hacía así el balance de mi vida me sacudía entre sábanas una risita indecente, roja de vergüenza, y estallaba yo en una impotente, bestial carcajada mecánica y piernal, como si alguien me hiciese cosquillas en el talón, ¡como si no fuese mi rostro, sino mi pierna la que carcajeaba! ¡Había que acabar con eso de una vez por todas, romper con la infancia, tomar la decisión y empezar de nuevo; había que
hacer algo! Y entonces me iluminó de repente este pensamiento sencillo y santo: que yo no tenía que ser ni maduro ni inmaduro, sino así como soy... que debía manifestarme y expresarme en mi forma propia y soberbiamente soberana, sin tomar en cuenta nada que no fuera mi propia realidad interna. ¡Ah, crear la forma propia! ¡Expresarse! ¡Expresar tanto lo que ya está en mí claro y maduro, como lo que todavía está turbio, fermentado! ¡Que mi forma nazca de mí, que no me sea hecha por nadie! ¡La excitación me empuja hacia el papel! Saco el papel del cajón y he ahí que empieza la mañana, el sol inunda el cuarto, la sirvienta trae café con leche, medialunas y yo, entre las formas relucientes y cinceladas, empiezo a escribir las primeras páginas de una obra, de mi propia obra, de una obra como yo, idéntica a mí, proveniente de mí; de una obra que soberanamente me afirma contra todo y contra todos, cuando de
repente suena el timbre, la sirvienta abre la puerta y aparece en ella T. Pimko, doctor y profesor o mejor dicho maestro, un culto filólogo de Cracovia, pequeño, debilucho, calvo y con lentes, con pantalones rayados y chaqueta, uñas sobresalientes y amarillentas, zapatos de gamuza, amarillos. ¿Conocéis al profesor?
Extraído de Ferdydurke, de Grombowicz, que me dispongo a leer con apetito voraz. Tengo muchas expectativas que creo se cumplirán con creces; me lo recomendó mi amiga, Gabriela López Zubiría.
serios que se tomaban sus almas en serio y quienes con facilidad innata, con grandes sufrimientos creadores, operaban dentro de un mundo de conceptos tan elevados y para siempre consagrados que casi el mismo Dios les resultaba
vulgar e innoble! ¿Por qué no es permitido a cada uno engendrar una novela más sobre el amor o denunciar con el corazón vehementemente torturado alguna injusticia social, transformándose en un Luchador del Pueblo? ¿O escribir
versos y en un Poeta convertirse y creer en la “noble misión de la poesía”? ¿Ser talentoso y con el talento alimentar y elevar a las muchedumbres de almas no-talentosas? ¡Ah, qué satisfacción; sufrir y torturarse, sacrificar y quemarse en el altar, mas siempre en las alturas, dentro de categorías tan sublimadas, tan adultas! Satisfacción para sí mismo y satisfacción para los demás: realizar su propia expansión a través de milenarias instituciones culturales con tanta seguridad como si se pusiese dineros, en un banco. Pero yo era —¡ay de mí!— un adolescente y la adolescencia era mi única institución cultural. Doblemente atrapado y limitado: una vez por mi pasado infantil del que no podía olvidarme; otra vez por el concepto infantil que otros tenían de mí,
esa caricatura de mí mismo que ellos guardaban en sus almas... era un melancólico esclavo de la verdura, ay, un insecto prisionero del denso matorral.
¡No sólo molesta, sino peligrosa situación! Porque los maduros a nada tienen tanto asco como a la inmadurez, y nada les resulta más odioso. Ellos soportarán fácilmente al espíritu más destructivo a condición de que actúe dentro del marco de la madurez. No les asusta un revolucionario que combate un ideal maduro con otro ideal maduro y que, por ejemplo, destroza a la Monarquía con la República o, al contrario, despedaza a la República con la Monarquía. ¡Hasta lo ven con agrado cuando funciona bien el sublimado, maduro negocio! Pero si, en alguien huelen la inmadurez, si huelen al jovencito, se echarán sobre él, lo picotearán hasta matarlo, como los cisnes picotean al pato, lo aplastarán con su sarcasmo. Entonces, ¿cómo terminará todo eso? ¿Adónde llegaré por ese camino? ¿Cómo se ha originado en mí (pensaba yo) esa esclavitud de lo informe, esa fascinación por lo verde; acaso porque provenía de un país rico en seres no pulidos, primitivos y transitorios, donde
ningún cuello queda bien a nadie, donde más que la melancolía y el destino son los incapaces y perezosos quienes se quedan por los campos gimiendo? ¿O puede ser porque vivía en una época pasajera que a cada rato inventaba lemas y muecas y en convulsiones retorcía su rostro de mil maneras?...
El alba pálida entraba por la ventana, y yo, mientras hacía así el balance de mi vida me sacudía entre sábanas una risita indecente, roja de vergüenza, y estallaba yo en una impotente, bestial carcajada mecánica y piernal, como si alguien me hiciese cosquillas en el talón, ¡como si no fuese mi rostro, sino mi pierna la que carcajeaba! ¡Había que acabar con eso de una vez por todas, romper con la infancia, tomar la decisión y empezar de nuevo; había que
hacer algo! Y entonces me iluminó de repente este pensamiento sencillo y santo: que yo no tenía que ser ni maduro ni inmaduro, sino así como soy... que debía manifestarme y expresarme en mi forma propia y soberbiamente soberana, sin tomar en cuenta nada que no fuera mi propia realidad interna. ¡Ah, crear la forma propia! ¡Expresarse! ¡Expresar tanto lo que ya está en mí claro y maduro, como lo que todavía está turbio, fermentado! ¡Que mi forma nazca de mí, que no me sea hecha por nadie! ¡La excitación me empuja hacia el papel! Saco el papel del cajón y he ahí que empieza la mañana, el sol inunda el cuarto, la sirvienta trae café con leche, medialunas y yo, entre las formas relucientes y cinceladas, empiezo a escribir las primeras páginas de una obra, de mi propia obra, de una obra como yo, idéntica a mí, proveniente de mí; de una obra que soberanamente me afirma contra todo y contra todos, cuando de
repente suena el timbre, la sirvienta abre la puerta y aparece en ella T. Pimko, doctor y profesor o mejor dicho maestro, un culto filólogo de Cracovia, pequeño, debilucho, calvo y con lentes, con pantalones rayados y chaqueta, uñas sobresalientes y amarillentas, zapatos de gamuza, amarillos. ¿Conocéis al profesor?
Extraído de Ferdydurke, de Grombowicz, que me dispongo a leer con apetito voraz. Tengo muchas expectativas que creo se cumplirán con creces; me lo recomendó mi amiga, Gabriela López Zubiría.
jueves, junio 03, 2004
Insomnio
¿Qué hay a las tres de la mañana de un miércoles? Las luces entran por una ventana y acarician un techo plano, blanco, nuevo. Tiempo, tiempo, tiempo... trancurre como algodonado, así, denso, pesado, pegajoso... Vueltas entre las sábanas con la mente clavada en un pensamiento que la atraviesa como una mariposa.
Tic... tac... tic... tac... tic... tac... implacable... Se supone que acabo de perder otros diez segundos, o de ganarlos. Acaso la vida, este ir de un punto a otro, no sea más que una sucesión interminable de segundos a su vez interminables. Y cada tanto, mirar por la ventana y apreciar los cambios en el paisaje, si tenemos suerte.
Tres de la mañana de un miércoles, ¿qué existe a las tres de la mañana de un miércoles? Gente haciendo el amor, cojiendo, masturbándose, es en lo primero que pienso. Gente estudiando. Los pobres diablos que trabajan cuando deberían estar durmiendo junto a sus esposas, también existen, sus ruidos entran junto con la luz por mi ventana.
El eterno perro, el eterno gato, las cucarachas, las moscas, los peces no, a esa hora están en otra parte, las heladeras y su ronronear, alguna tv encendida llenando de blancura lechosa una habitación de hotel o de matrimonio.
En alguna parte una adolescente está a punto de abrirse de piernas ante un tipo que la dobla en años. El humo de un cigarrillo se enfría en el pulmón de un hombre y una sustancia negra y brillosa se adhiere a sus paredes.
Todo sin rumbo, sentido, orden, todo cae de una manera tan compleja... que se artciulan unas cosas con otras y el efecto nos parece, por conocido, razonable...
Hay un lugar en el universo donde a las tres de la mañana de los miércoles las aventuras te explotan en la mano. Hay otro lugar donde al caer, las cosas (que no son más que una), asumen para quien las contemple con cuidado la forma de la calesita a la que íbamos de niños...
Tic... tac... tic... tac... tic... tac... implacable... Se supone que acabo de perder otros diez segundos, o de ganarlos. Acaso la vida, este ir de un punto a otro, no sea más que una sucesión interminable de segundos a su vez interminables. Y cada tanto, mirar por la ventana y apreciar los cambios en el paisaje, si tenemos suerte.
Tres de la mañana de un miércoles, ¿qué existe a las tres de la mañana de un miércoles? Gente haciendo el amor, cojiendo, masturbándose, es en lo primero que pienso. Gente estudiando. Los pobres diablos que trabajan cuando deberían estar durmiendo junto a sus esposas, también existen, sus ruidos entran junto con la luz por mi ventana.
El eterno perro, el eterno gato, las cucarachas, las moscas, los peces no, a esa hora están en otra parte, las heladeras y su ronronear, alguna tv encendida llenando de blancura lechosa una habitación de hotel o de matrimonio.
En alguna parte una adolescente está a punto de abrirse de piernas ante un tipo que la dobla en años. El humo de un cigarrillo se enfría en el pulmón de un hombre y una sustancia negra y brillosa se adhiere a sus paredes.
Todo sin rumbo, sentido, orden, todo cae de una manera tan compleja... que se artciulan unas cosas con otras y el efecto nos parece, por conocido, razonable...
Hay un lugar en el universo donde a las tres de la mañana de los miércoles las aventuras te explotan en la mano. Hay otro lugar donde al caer, las cosas (que no son más que una), asumen para quien las contemple con cuidado la forma de la calesita a la que íbamos de niños...
miércoles, junio 02, 2004
Aforismos de Kafka
No hace falta introducción al tema... disfrútenlos.
4. Muchas ánimas de difuntos se ocupan exclusivamente de lamer las orillas del río de los muertos, porque procede de nuestro mundo y mantiene todavía el sabor salado de nuestros mares. Entonces el río se eriza de repugnancia, invierte la corriente y arrastra de nuevo a los muertos hacia la vida. Ellos, sin embargo, están felices, entonan cánticos de gratitud y acarician las indignadas aguas.
6. El instante decisivo del desarrollo humano es continuo. Por ello los movimientos revolucionarios que declaran la nulidad de todo lo acaecido con anterioridad tienen razón, pues todavía no ha ocurrido nada.
9. A es muy engreído. Cree haber progresado mucho respecto al Bien, ya que se siente sometido, por lo visto como un objeto constantemente seductor, a cada vez más tentaciones procedentes de direcciones que hasta ese momento desconocía por completo.
10. La explicación correcta es, sin embargo, que un gran demonio le ha poseído y que la infinidad de los pequeños se acerca para servir al grande.
13. El primer signo del conocimiento incipiente es el deseo de morir. Esta vida parece insoportable, cualquier otra, inalcanzable. Ya no se siente vergüenza de querer morir; se solicita que nos lleven desde la antigua y odiada celda a una nueva que, a partir de ese momento, aprenderemos a odiar. Un resto de fe contribuirá a ello. Durante el transporte pasará casualmente el Señor por el corredor, verá al prisionero y dirá: «A éste no debéis encerrarle de nuevo, viene conmigo.»
20. Unos leopardos penetran en el templo y beben de las copas sagradas hasta vaciarlas del todo. Este hecho se repite una y otra vez. Finalmente se hace previsible y se convierte en parte de la ceremonia.
48. Tener fe en el progreso no quiere decir que ya se haya producido algún progreso. Eso no sería tener fe.
74. Si lo que en el paraíso supuestamente se destruyó, era destructible, entonces no era decisivo; si era, sin embargo, indestructible, entonces nuestra fe es falsa.
76. Ese sentimiento: «aquí no anclo» - ¡Y, al mismo tiempo, sentir alrededor la marea creciente y agitada!
84. Fuimos creados para vivir en el paraíso; el paraíso estaba destinado a servirnos. Nuestro destino fue cambiado, que lo mismo ocurriera con el destino del paraíso, no ha sido dicho.
(De El Proceso)
-Aquí están mis documentos de identificación.
-¿Qué nos importan a nosotros sus papeles? -gritó el vigilante alto-. Usted se comporta como un niño enfadado. ¿Qué quiere usted? ¿Pretende que, al discutir con nosotros, los vigilantes, sobre legitimación y orden de detención, termine con mayor rapidez su gran y maldito proceso? Somos empleados del nivel más bajo, que no entendemos nada de documentos de identidad y que no tenemos nada que ver con su causa excepto por el hecho de vigilarle diez horas diarias, para lo que se nos paga. Eso es todo lo que somos, sin embargo somos capaces de darnos cuenta de que las altas autoridades, a cuyo servicio estamos, antes de disponer una detención semejante se informan con exactitud sobre los motivos de la detención y sobre la identidad del detenido. No hay ningún error. Nuestras autoridades, tal y como las conozco, y sólo conozco los grados más bajos, no buscan la culpa en la población, sino que, como dice la ley, se ven atraídas por la culpa y tiene que enviarnos a nosotros, los vigilantes. Eso es ley. ¿Dónde podría haber un error?
-Esa ley no la conozco -dijo K. -Peor para usted.
-Sólo existe en sus cabezas -dijo K, que quería penetrar de algún modo en los pensamientos de los vigilantes, ponerlos a su favor o familiarizarse con ellos.
Pero el vigilante sólo dijo de un modo reservado:
-Ya se hará que usted la sienta.
Franz se inmiscuyó y dijo:
-Mira, Willem, lo confiesa, no conoce la ley y al mismo tiempo afirma su inocencia.
-Tienes razón, pero no hay manera de que comprenda nada -dijo el otro.
Estoy aquí, en la ciudad, desde hace ya más de veinte años. ¿Puedes imaginarte lo que eso representa? Veinte veces he pasado aquí cada estación del año (...). Los árboles han crecido durante veinte años, qué pequeños deberíamos volvernos entre ellos. Y todas esas noches, ya sabes, en todas las casas. Una vez nos apoyamos en esta pared, otras en aquella, así la ventana gira a nuestro alrededor.
25 de octubre. Triste, nervioso, corporalmente mal, miedo de Praga. En la cama.
- El mundo horrible que tengo en la cabeza. Pero cómo liberarme y liberarle sin tener que desgarrar. Y es mil veces mejor desgarrar que retenerlo o enterrarlo en mi interior. Para eso estoy aquí, eso me es del todo claro.
(Diarios)
- ¿Te he dicho alguna vez que admiro a mi padre? Que él es mi enemigo y yo el suyo, como está determinado por la naturaleza, ya lo sabes, pero además mi admiración por su persona es quizá tan grande como el miedo que le tengo.
(A Felice)
- El escritor que hay en mí morirá, naturalmente, enseguida, pues una figura semejante carece de suelo, de consistencia, no es ni siquiera de polvo; sólo es posible en la vida terrenal más absurda, sólo es una construcción de la sensualidad. Éste es el escritor. Yo mismo, sin embargo, no puedo seguir viviendo, puesto que no he vivido. He permanecido siempre barro, no he logrado que la chispa se convirtiese en fuego, sólo la he utilizado para iluminar al cadáver. Será un entierro peculiar: el escritor, algo, por consiguiente, inconsistente, entregará al viejo cadáver, al cadáver de siempre, a la tumba.
(A Max Brod )
- La muerte tuvo que sacarle de la vida del mismo modo en que se saca a un inválido de una silla de ruedas. Estaba aferrado a la vida con la misma fuerza y peso con los que el inválido se sentaba en la silla de ruedas.
(En: Fragmentospóstumos)
- El suicida es el preso que ve cómo levantan una horca en el patio de la prisión, cree erróneamente que está destinada a él, huye de la celda por la noche, baja y se cuelga.
(En: Fragmentos póstumos)
- Amor significa que tú eres para mí el cuchillo con el que remuevo mi interior.
(A Milena)
Amé a una mujer que también me amaba, pero la tuve que abandonar.
¿Por qué?
No lo sé. Era como si estuviera rodeada de un grupo armado, cuyas lanzas apuntaban hacia afuera. Cuando me acerqué entré en su radio de acción, fui herido y tuve que retroceder. He sufrido mucho.
¿La mujer no tenía culpa de nada?
No lo creo, o mejor dicho, lo sé. La comparación anterior no era completa. Yo también estaba rodeado por un círculo de gente armada, cuyas lanzas apuntaban hacia el interior, es decir hacia mí. Cuando intentaba ir hacia la mujer topaba primero con las lanzas de mi gente armada y no podía avanzar. Quizá nunca he llegado hasta el círculo armado de la mujer y si hubiera llegado lo habría hecho ya sangrando y sin conocimiento.
¿Se ha quedado sola la mujer?
No, otro ha podido penetrar hasta ella, fácilmente y sin impedimentos. Yo he mirado, agotado por todos mis esfuerzos, con indiferencia, como si fuese el aire a través del que sus rostros se rozaron en el primer beso.
(En: Fragmentos póstumos)
4. Muchas ánimas de difuntos se ocupan exclusivamente de lamer las orillas del río de los muertos, porque procede de nuestro mundo y mantiene todavía el sabor salado de nuestros mares. Entonces el río se eriza de repugnancia, invierte la corriente y arrastra de nuevo a los muertos hacia la vida. Ellos, sin embargo, están felices, entonan cánticos de gratitud y acarician las indignadas aguas.
6. El instante decisivo del desarrollo humano es continuo. Por ello los movimientos revolucionarios que declaran la nulidad de todo lo acaecido con anterioridad tienen razón, pues todavía no ha ocurrido nada.
9. A es muy engreído. Cree haber progresado mucho respecto al Bien, ya que se siente sometido, por lo visto como un objeto constantemente seductor, a cada vez más tentaciones procedentes de direcciones que hasta ese momento desconocía por completo.
10. La explicación correcta es, sin embargo, que un gran demonio le ha poseído y que la infinidad de los pequeños se acerca para servir al grande.
13. El primer signo del conocimiento incipiente es el deseo de morir. Esta vida parece insoportable, cualquier otra, inalcanzable. Ya no se siente vergüenza de querer morir; se solicita que nos lleven desde la antigua y odiada celda a una nueva que, a partir de ese momento, aprenderemos a odiar. Un resto de fe contribuirá a ello. Durante el transporte pasará casualmente el Señor por el corredor, verá al prisionero y dirá: «A éste no debéis encerrarle de nuevo, viene conmigo.»
20. Unos leopardos penetran en el templo y beben de las copas sagradas hasta vaciarlas del todo. Este hecho se repite una y otra vez. Finalmente se hace previsible y se convierte en parte de la ceremonia.
48. Tener fe en el progreso no quiere decir que ya se haya producido algún progreso. Eso no sería tener fe.
74. Si lo que en el paraíso supuestamente se destruyó, era destructible, entonces no era decisivo; si era, sin embargo, indestructible, entonces nuestra fe es falsa.
76. Ese sentimiento: «aquí no anclo» - ¡Y, al mismo tiempo, sentir alrededor la marea creciente y agitada!
84. Fuimos creados para vivir en el paraíso; el paraíso estaba destinado a servirnos. Nuestro destino fue cambiado, que lo mismo ocurriera con el destino del paraíso, no ha sido dicho.
(De El Proceso)
-Aquí están mis documentos de identificación.
-¿Qué nos importan a nosotros sus papeles? -gritó el vigilante alto-. Usted se comporta como un niño enfadado. ¿Qué quiere usted? ¿Pretende que, al discutir con nosotros, los vigilantes, sobre legitimación y orden de detención, termine con mayor rapidez su gran y maldito proceso? Somos empleados del nivel más bajo, que no entendemos nada de documentos de identidad y que no tenemos nada que ver con su causa excepto por el hecho de vigilarle diez horas diarias, para lo que se nos paga. Eso es todo lo que somos, sin embargo somos capaces de darnos cuenta de que las altas autoridades, a cuyo servicio estamos, antes de disponer una detención semejante se informan con exactitud sobre los motivos de la detención y sobre la identidad del detenido. No hay ningún error. Nuestras autoridades, tal y como las conozco, y sólo conozco los grados más bajos, no buscan la culpa en la población, sino que, como dice la ley, se ven atraídas por la culpa y tiene que enviarnos a nosotros, los vigilantes. Eso es ley. ¿Dónde podría haber un error?
-Esa ley no la conozco -dijo K. -Peor para usted.
-Sólo existe en sus cabezas -dijo K, que quería penetrar de algún modo en los pensamientos de los vigilantes, ponerlos a su favor o familiarizarse con ellos.
Pero el vigilante sólo dijo de un modo reservado:
-Ya se hará que usted la sienta.
Franz se inmiscuyó y dijo:
-Mira, Willem, lo confiesa, no conoce la ley y al mismo tiempo afirma su inocencia.
-Tienes razón, pero no hay manera de que comprenda nada -dijo el otro.
Estoy aquí, en la ciudad, desde hace ya más de veinte años. ¿Puedes imaginarte lo que eso representa? Veinte veces he pasado aquí cada estación del año (...). Los árboles han crecido durante veinte años, qué pequeños deberíamos volvernos entre ellos. Y todas esas noches, ya sabes, en todas las casas. Una vez nos apoyamos en esta pared, otras en aquella, así la ventana gira a nuestro alrededor.
25 de octubre. Triste, nervioso, corporalmente mal, miedo de Praga. En la cama.
- El mundo horrible que tengo en la cabeza. Pero cómo liberarme y liberarle sin tener que desgarrar. Y es mil veces mejor desgarrar que retenerlo o enterrarlo en mi interior. Para eso estoy aquí, eso me es del todo claro.
(Diarios)
- ¿Te he dicho alguna vez que admiro a mi padre? Que él es mi enemigo y yo el suyo, como está determinado por la naturaleza, ya lo sabes, pero además mi admiración por su persona es quizá tan grande como el miedo que le tengo.
(A Felice)
- El escritor que hay en mí morirá, naturalmente, enseguida, pues una figura semejante carece de suelo, de consistencia, no es ni siquiera de polvo; sólo es posible en la vida terrenal más absurda, sólo es una construcción de la sensualidad. Éste es el escritor. Yo mismo, sin embargo, no puedo seguir viviendo, puesto que no he vivido. He permanecido siempre barro, no he logrado que la chispa se convirtiese en fuego, sólo la he utilizado para iluminar al cadáver. Será un entierro peculiar: el escritor, algo, por consiguiente, inconsistente, entregará al viejo cadáver, al cadáver de siempre, a la tumba.
(A Max Brod )
- La muerte tuvo que sacarle de la vida del mismo modo en que se saca a un inválido de una silla de ruedas. Estaba aferrado a la vida con la misma fuerza y peso con los que el inválido se sentaba en la silla de ruedas.
(En: Fragmentospóstumos)
- El suicida es el preso que ve cómo levantan una horca en el patio de la prisión, cree erróneamente que está destinada a él, huye de la celda por la noche, baja y se cuelga.
(En: Fragmentos póstumos)
- Amor significa que tú eres para mí el cuchillo con el que remuevo mi interior.
(A Milena)
Amé a una mujer que también me amaba, pero la tuve que abandonar.
¿Por qué?
No lo sé. Era como si estuviera rodeada de un grupo armado, cuyas lanzas apuntaban hacia afuera. Cuando me acerqué entré en su radio de acción, fui herido y tuve que retroceder. He sufrido mucho.
¿La mujer no tenía culpa de nada?
No lo creo, o mejor dicho, lo sé. La comparación anterior no era completa. Yo también estaba rodeado por un círculo de gente armada, cuyas lanzas apuntaban hacia el interior, es decir hacia mí. Cuando intentaba ir hacia la mujer topaba primero con las lanzas de mi gente armada y no podía avanzar. Quizá nunca he llegado hasta el círculo armado de la mujer y si hubiera llegado lo habría hecho ya sangrando y sin conocimiento.
¿Se ha quedado sola la mujer?
No, otro ha podido penetrar hasta ella, fácilmente y sin impedimentos. Yo he mirado, agotado por todos mis esfuerzos, con indiferencia, como si fuese el aire a través del que sus rostros se rozaron en el primer beso.
(En: Fragmentos póstumos)
viernes, mayo 28, 2004
Libro es cultura II
Van más libros a disposición de quien se interese por ellos. Sólo deben dejar mensaje indicando mail y libros, y azotaré a mi humilde sirviente hasta que se los haga llegar, hoja por hoja., donde quiera que estén.
La lengua del exilio, Benjamin.
Aparatos Ideológicos del Estado, Althusser.
Desayuno en Tyffannis, Capote.
Desgarradura, Ciorán.
Educación sentimental, Flaubert.
El ojo del poder, Foucault.
Lección sobre Kant, Peirce.
Cuentos, Cortázar.
Curso de filosofía en seis horas y cuarto, Grombowicz.
La búsqueda de la lengua perfecta, Eco.
Las tumbas de Atuan, Úrsula K. Leguin.
Saverio el cruel, Arlt.
Aforismo, visiones y sueños, Kafka.
Homero y la filología clásica, Nietzsche.
La rebelión de las masas, Ortega y Gasset.
La invención de la soledad, Paul Auster.
Poema del ser, Parménides de Elea
El existencialismo es un humanismo, Sartre
Más los ya ofrecidos hace un tiempo:
Alicia en el país de las maravillas / Detrás del espejo, L. Carroll
El Amor, las mujeres y la muerte, Schopenhauer
El inconveniente de haber nacido, Cioran
Consejos a los jóvenes literatos, Baudelaire
Un Corazón sencillo, Flaubert
Decamerón, Bocaccio
Discurso del Método, Descartes
Dieciséis esbozos de mi mismo, G.B. Shaw
Ecce homo, Nietzsche
De mi vida, Nietzche
Genealogía de la moral, Nietzche
El péndulo de Foucault, Eco
Elogio de la locura, E. Rotterdam
Sujeto y poder, Focault
Grado cero escritura, Barthes
Trópico de Cáncer, Henry Miller
venas abiertas america latina, Galeano
El hombre duplicado, Saramago
Corrientes en la filosofía argentina, J. Ingenieros
La lengua del exilio, Benjamin.
Aparatos Ideológicos del Estado, Althusser.
Desayuno en Tyffannis, Capote.
Desgarradura, Ciorán.
Educación sentimental, Flaubert.
El ojo del poder, Foucault.
Lección sobre Kant, Peirce.
Cuentos, Cortázar.
Curso de filosofía en seis horas y cuarto, Grombowicz.
La búsqueda de la lengua perfecta, Eco.
Las tumbas de Atuan, Úrsula K. Leguin.
Saverio el cruel, Arlt.
Aforismo, visiones y sueños, Kafka.
Homero y la filología clásica, Nietzsche.
La rebelión de las masas, Ortega y Gasset.
La invención de la soledad, Paul Auster.
Poema del ser, Parménides de Elea
El existencialismo es un humanismo, Sartre
Más los ya ofrecidos hace un tiempo:
Alicia en el país de las maravillas / Detrás del espejo, L. Carroll
El Amor, las mujeres y la muerte, Schopenhauer
El inconveniente de haber nacido, Cioran
Consejos a los jóvenes literatos, Baudelaire
Un Corazón sencillo, Flaubert
Decamerón, Bocaccio
Discurso del Método, Descartes
Dieciséis esbozos de mi mismo, G.B. Shaw
Ecce homo, Nietzsche
De mi vida, Nietzche
Genealogía de la moral, Nietzche
El péndulo de Foucault, Eco
Elogio de la locura, E. Rotterdam
Sujeto y poder, Focault
Grado cero escritura, Barthes
Trópico de Cáncer, Henry Miller
venas abiertas america latina, Galeano
El hombre duplicado, Saramago
Corrientes en la filosofía argentina, J. Ingenieros
Lo doloroso de permanecer
Interrumpir el pensamiento y permanecer vacío era para mí, después de tanto tiempo, cosa fácil. Ponerlo en marcha otra vez era, entonces como ahora como siempre, doloroso. Pestañeé. Pestañeé otra vez. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Cuánto en ese escondite húmedo y oscuro? Podrían haber ser siglos: el tiempo para mí no importa; nada tengo que hacer ni de qué preocuparme.
El olor me inundó en la semipenumbra. Algo se pudría muy cerca de mí. Pero no me hizo volver el olor, un linyera se acostumbra a eso, sino el ulular de una sirena que llegaba hasta mí. Taconeo de zapatos, corridas, gritos, órdenes. Sombras deformadas por linternas a la vuelta de un oscuro corredor. Ladridos. Policías. Sabía cómo terminaba eso. No quería volver a pasarlo. Un policía ve al linyera. Puede ser algo vago en su actitud más que en la ropa, lo que llame su atención. Puede que lo pare y le haga unas cuantas preguntas estúpidas. Puede que las respuestas, dubitativas, no lo convenzan. Puede que la mirada de éste linyera sea diferente a la de otros linyeras. Uno puede cambiar su aspecto y maneras, pero la mirada… Podían ser años en prisión, si algo realmente malo había pasado, y si yo pasaba por buen chivo expiatorio. Esto ya me había pasado antes… muchas veces. No es tanto que me moleste el encierro —me considero prisionero en vida—, sino la imposibilidad del anonimato. En la cárcel nunca fue un problema carecer de nombre, siempre están los números. Así que me incorporé lo más rápido que pude, todavía algo aturdido. Tomé la bufanda harapienta, el sobretodo andrajoso, el gorro lo llevaba puesto. Mi ropa se sentía húmeda. No encontré los zapatos. Los dejé.
Caminé despacio por un pasillo oscuro. A cierta edad, es inevitable reducir la velocidad. A cierta edad, uno sólo puede detenerse. Pero yo seguía y seguiré caminando lentamente. Pasan los nombres, las caras, las modas, y todo se vuelve un borrón, una mancha uniforme en la que es imposible encontrar un rasgo distintivo. Por eso vagabundeo. No encuentro nada en común con los demás. Yo sólo sigo vivo, tan simple e imposible como eso. Como una conciencia lanzada, implacable, pesada. Como un virus, la vida me atraviesa; como un río, me arrastra. La vida, mi vida, es un río sin desembocadura que nace caudaloso y violento, para luego apaciguarse. Es un río que se deja correr sin esperanzas de fundirse algún día con el mar. Y en este río loco, río sin sentido, el buscar comida en los tachos de basura —nunca me gustó mendigar— es igual a compartir la mesa con los dueños del mundo. Todo es una mancha, y desde lejos toda mancha es igual a sí misma. Hace falta mirar de cerca, en detalle, para percibir la sutil diferencia que hay entre la vida y la muerte. Y yo estoy lejos, demasiado lejos ya. Yo veo claramente, porque no distingo los colores.
El pasillo terminaba en una puerta, por cuya ventana entraba, difusa, la luz del exterior. Abrí la puerta. Era una tarde nublada. Una fina llovizna caía sobre la ciudad, realzando el brillo de los carteles de neón. Publicidades rojas y amarillas, rojas y amarillas… Me pareció que el espanto desteñía sus colores sobre todos. La gente caminaba apresurada. Dejé pasar una, dos personas, y me sumé yo también a la fila inmortal de los caminantes, que conozco tan bien. Caminé un trecho, y al acercarme al cruce de dos calles, me detuve. Algo en el aire, casi un olor. Supe, entonces, que ella estaba cerca. Y la sola idea de que mi amada rondaba el lugar hizo nacer en mí una ligera esperanza, una chispa de deseo. Acaba de pasar por aquí, me dije, hace tan poco que todavía puedo sentir su olor. Casi creí que los nubarrones sobre mí se abrían para dejar pasar un rayo de sol, casi confundí el ruido del tráfico con el rumor de un río mezclando para siempre sus aguas con las del mar. Ensimismado, apenas percibí los gritos y bruscos movimientos a diez metros de mí. Casi sonreí cuando presentí en el aire como la violenta onda de un estampido: mi amada se inclinaba para besar mi frente. Y enseguida el impacto en mi pecho, y el ardor en mi pecho, y la explosión de la sangre en mi pecho. Después, un segundo, dos, hasta comprender que nada había cambiado, una vez más. Entonces me abandonó por completo esa triste imitación de la alegría, esa patética emoción del perro ante su amo. Yo seguía allí, vivo, soportando un nuevo desplante de mi deseada. Yo no estaba hecho para ella, no, ni mi frente para sus besos cálidos y dulces.
Miré alrededor. Un jovencito me observaba fijamente, sus grandes ojos negros abiertos como platos. Nos miramos y en sus ojos leí, como en un libro abierto, la vieja historia de la sorpresa y el miedo ante el peligro. En los míos él no pudo leer nada, qué iba a poder. Entre nosotros pasó corriendo a toda prisa un pibe muy delgado de no más de quince. Parecía desesperado. En su mano llevaba una pistola. Una grande. Debajo de la camisa mugrienta, se espesaba mi sangre. Me palpé la herida, un agujero feo, grande. La bala en mi pecho era de ese chico. Impasible, lo miré correr hasta la esquina, donde un policía de casi el doble de tamaño lo derribó. No me importó. Ni el tiro ni que lo agarren. Volví a mirar al jovencito delante de mí. Me preguntó si yo estaba bien. Miraba aterrado mi pecho. Mi sangre chorreaba por el sobretodo hasta el suelo, donde iba formando un charco oscuro que mis pies descalzos pisaban. No respondí nada. Había vuelto el cansancio, la sensación de estar fatalmente harto de todo. Me di vuelta y lo dejé ahí, al joven, con su miedo y su asombro. Y con su alegría por estar vivo, algo que a mí me falta, recuerdo que pensé. Caminé dos cuadras. Sentí hambre. Abrí una bolsa de basura. Por supuesto, no es que me importe el hambre. Es ese molesto gruñido de mi estómago, esa odiosa sensación de vacío. Prefiero que se calle porque me recuerda, ese ruido, que a pesar de todos mis intentos por olvidarlo, sigo vivo.
El olor me inundó en la semipenumbra. Algo se pudría muy cerca de mí. Pero no me hizo volver el olor, un linyera se acostumbra a eso, sino el ulular de una sirena que llegaba hasta mí. Taconeo de zapatos, corridas, gritos, órdenes. Sombras deformadas por linternas a la vuelta de un oscuro corredor. Ladridos. Policías. Sabía cómo terminaba eso. No quería volver a pasarlo. Un policía ve al linyera. Puede ser algo vago en su actitud más que en la ropa, lo que llame su atención. Puede que lo pare y le haga unas cuantas preguntas estúpidas. Puede que las respuestas, dubitativas, no lo convenzan. Puede que la mirada de éste linyera sea diferente a la de otros linyeras. Uno puede cambiar su aspecto y maneras, pero la mirada… Podían ser años en prisión, si algo realmente malo había pasado, y si yo pasaba por buen chivo expiatorio. Esto ya me había pasado antes… muchas veces. No es tanto que me moleste el encierro —me considero prisionero en vida—, sino la imposibilidad del anonimato. En la cárcel nunca fue un problema carecer de nombre, siempre están los números. Así que me incorporé lo más rápido que pude, todavía algo aturdido. Tomé la bufanda harapienta, el sobretodo andrajoso, el gorro lo llevaba puesto. Mi ropa se sentía húmeda. No encontré los zapatos. Los dejé.
Caminé despacio por un pasillo oscuro. A cierta edad, es inevitable reducir la velocidad. A cierta edad, uno sólo puede detenerse. Pero yo seguía y seguiré caminando lentamente. Pasan los nombres, las caras, las modas, y todo se vuelve un borrón, una mancha uniforme en la que es imposible encontrar un rasgo distintivo. Por eso vagabundeo. No encuentro nada en común con los demás. Yo sólo sigo vivo, tan simple e imposible como eso. Como una conciencia lanzada, implacable, pesada. Como un virus, la vida me atraviesa; como un río, me arrastra. La vida, mi vida, es un río sin desembocadura que nace caudaloso y violento, para luego apaciguarse. Es un río que se deja correr sin esperanzas de fundirse algún día con el mar. Y en este río loco, río sin sentido, el buscar comida en los tachos de basura —nunca me gustó mendigar— es igual a compartir la mesa con los dueños del mundo. Todo es una mancha, y desde lejos toda mancha es igual a sí misma. Hace falta mirar de cerca, en detalle, para percibir la sutil diferencia que hay entre la vida y la muerte. Y yo estoy lejos, demasiado lejos ya. Yo veo claramente, porque no distingo los colores.
El pasillo terminaba en una puerta, por cuya ventana entraba, difusa, la luz del exterior. Abrí la puerta. Era una tarde nublada. Una fina llovizna caía sobre la ciudad, realzando el brillo de los carteles de neón. Publicidades rojas y amarillas, rojas y amarillas… Me pareció que el espanto desteñía sus colores sobre todos. La gente caminaba apresurada. Dejé pasar una, dos personas, y me sumé yo también a la fila inmortal de los caminantes, que conozco tan bien. Caminé un trecho, y al acercarme al cruce de dos calles, me detuve. Algo en el aire, casi un olor. Supe, entonces, que ella estaba cerca. Y la sola idea de que mi amada rondaba el lugar hizo nacer en mí una ligera esperanza, una chispa de deseo. Acaba de pasar por aquí, me dije, hace tan poco que todavía puedo sentir su olor. Casi creí que los nubarrones sobre mí se abrían para dejar pasar un rayo de sol, casi confundí el ruido del tráfico con el rumor de un río mezclando para siempre sus aguas con las del mar. Ensimismado, apenas percibí los gritos y bruscos movimientos a diez metros de mí. Casi sonreí cuando presentí en el aire como la violenta onda de un estampido: mi amada se inclinaba para besar mi frente. Y enseguida el impacto en mi pecho, y el ardor en mi pecho, y la explosión de la sangre en mi pecho. Después, un segundo, dos, hasta comprender que nada había cambiado, una vez más. Entonces me abandonó por completo esa triste imitación de la alegría, esa patética emoción del perro ante su amo. Yo seguía allí, vivo, soportando un nuevo desplante de mi deseada. Yo no estaba hecho para ella, no, ni mi frente para sus besos cálidos y dulces.
Miré alrededor. Un jovencito me observaba fijamente, sus grandes ojos negros abiertos como platos. Nos miramos y en sus ojos leí, como en un libro abierto, la vieja historia de la sorpresa y el miedo ante el peligro. En los míos él no pudo leer nada, qué iba a poder. Entre nosotros pasó corriendo a toda prisa un pibe muy delgado de no más de quince. Parecía desesperado. En su mano llevaba una pistola. Una grande. Debajo de la camisa mugrienta, se espesaba mi sangre. Me palpé la herida, un agujero feo, grande. La bala en mi pecho era de ese chico. Impasible, lo miré correr hasta la esquina, donde un policía de casi el doble de tamaño lo derribó. No me importó. Ni el tiro ni que lo agarren. Volví a mirar al jovencito delante de mí. Me preguntó si yo estaba bien. Miraba aterrado mi pecho. Mi sangre chorreaba por el sobretodo hasta el suelo, donde iba formando un charco oscuro que mis pies descalzos pisaban. No respondí nada. Había vuelto el cansancio, la sensación de estar fatalmente harto de todo. Me di vuelta y lo dejé ahí, al joven, con su miedo y su asombro. Y con su alegría por estar vivo, algo que a mí me falta, recuerdo que pensé. Caminé dos cuadras. Sentí hambre. Abrí una bolsa de basura. Por supuesto, no es que me importe el hambre. Es ese molesto gruñido de mi estómago, esa odiosa sensación de vacío. Prefiero que se calle porque me recuerda, ese ruido, que a pesar de todos mis intentos por olvidarlo, sigo vivo.
Divulgaciones: Envejecimiento celular
La comprensión de los mecanismos precisos por los cuales ocurre el envejecimiento es uno de los grandes problemas aún no resueltos por la biología moderna. Esto es debido quizás a que se trata de un proceso extremadamente complejo que involucra distintos tipos de células e interacciones celulares y que resulta a su vez de la suma de muchos factores, internos y externos al organismo. Sin embargo, si se estudia en detalle qué es lo que ocurre en la célula durante los sucesivos ciclos de división, pueden encontrarse algunas pistas para comprender los elementos que contribuyen a este fenómeno.
Todas las células del cuerpo, a excepción de las gametas sexuales, se multiplican por división mitótica. En este proceso, cada célula duplica su material genético y lo distribuye en las dos células hijas, que son, al menos en teoría, genéticamente idénticas a la célula madre. Sin embargo, si cultivamos células in vitro, el número de veces que pueden multiplicarse es limitado y no supera las 40 a 60 divisiones. Lo que ocurre es que en determinado momento las células dejan de dividirse e ingresan en un estado irreversible denominado senescencia, en el cual no pueden volver a multiplicarse y que inevitablemente las lleva a la muerte. Este hecho marca la existencia de importantes diferencias entre las sucesivas generaciones celulares. Ahora bien, ¿qué es lo que determina cuándo la célula entra en estado de senescencia?
El reloj mitótico: Los estudios que se han realizado muestran que el momento en el cual la célula ingresa al estado de senescencia no depende de un tiempo cronológico o metabólico sino del número de divisiones celulares que han tenido lugar. Además, se observó que si se realizan los cultivos a partir de células provenientes de donantes de edad avanzada (cuyas células se han dividido un gran número de veces), o de personas con síndrome de envejecimiento prematuro, la capacidad proliferativa está marcadamente reducida. Cuando se estudiaron más precisamente algunos de los elementos que cambian de generación en generación en estas líneas celulares se observó que un parámetro crítico para que la célula entre en estado de senescencia es la longitud de los telómeros, veamos de que se trata esto.
Los telómeros: Los telómeros son las regiones de los extremos de los cromosomas y están compuestos de secuencias repetitivas de ADN que no codifican para ningún gen en particular. Una de sus funciones esenciales es la de proteger al resto del cromosoma de la degradación y de la unión de los extremos del ADN entre sí por enzimas reparadoras. Si bien la célula duplica su ADN previamente a la división no es capaz de copiar la totalidad de la secuencia del telómero y, como resultado, el telómero se hace más corto en cada replicación, perdiéndose alrededor de 50 a 200 nucleótidos en cada ciclo de división celular.
El desgaste del telómero con la sucesión de ciclos celulares, impide su función protectora, con lo que el cromosoma se hace inestable, aparecen errores en la segregación durante la mitosis, anomalías genéticas y diversos tipos de mutaciones. Las células que presentan estos defectos, no solo son incapaces de duplicarse, sino que dejan de ser viables, activándose los procesos de muerte celular programada.
La telomerasa: Sin embargo, en el caso de las células germinales y embrionarias, de las que el organismo no puede prescindir, existe una enzima específica, la telomerasa, que es capaz de restaurar la secuencia del telómero. De hecho, cuando se modifican genéticamente células que no sintetizan la telomerasa para que lo hagan, estas células se dividen un 50 % más que las células que no expresan esta enzima. Esto apoya fuertemente la teoría de que es la longitud de los telómeros el determinante para ingresar en el estado de senescencia. Otra evidencia que refuerza esta teoría es que pacientes aquejados de síndrome de envejecimiento prematuro presentan un acortamiento significativo de los telómeros. Y por el contrario, las células tumorales, que tienen la capacidad de crecer indefinidamente, expresan la telomerasa y sus telómeros no se acortan progresivamente. Este último dato hace de esta enzima un blanco más que interesante para la detección y control de tumores en crecimiento.
Otra de las áreas sobre las cuales este reloj biológico tiene una importante incidencia es la clonación. Uno de los grandes hitos en el avance de las técnicas de clonación ha sido el nacimiento de Dolly, que fue el primer mamífero clonado a partir de una célula diferenciada extraída de un individuo adulto. Todo el ADN de las células de Dolly provino del de una de las células de la glándula mamaria de su madre. Ahora bien, al partir de una célula ya desarrollada, la longitud de sus telómeros ha de ser menor a la inicial de una célula embrionaria y de hecho se observó en Dolly un acortamiento prematuro de sus telómeros. Cabe preguntarse ahora cuál era la edad de Dolly: ¿el tiempo transcurrido desde su nacimiento o la determinada por la longitud de sus telómeros?
Todas las células del cuerpo, a excepción de las gametas sexuales, se multiplican por división mitótica. En este proceso, cada célula duplica su material genético y lo distribuye en las dos células hijas, que son, al menos en teoría, genéticamente idénticas a la célula madre. Sin embargo, si cultivamos células in vitro, el número de veces que pueden multiplicarse es limitado y no supera las 40 a 60 divisiones. Lo que ocurre es que en determinado momento las células dejan de dividirse e ingresan en un estado irreversible denominado senescencia, en el cual no pueden volver a multiplicarse y que inevitablemente las lleva a la muerte. Este hecho marca la existencia de importantes diferencias entre las sucesivas generaciones celulares. Ahora bien, ¿qué es lo que determina cuándo la célula entra en estado de senescencia?
El reloj mitótico: Los estudios que se han realizado muestran que el momento en el cual la célula ingresa al estado de senescencia no depende de un tiempo cronológico o metabólico sino del número de divisiones celulares que han tenido lugar. Además, se observó que si se realizan los cultivos a partir de células provenientes de donantes de edad avanzada (cuyas células se han dividido un gran número de veces), o de personas con síndrome de envejecimiento prematuro, la capacidad proliferativa está marcadamente reducida. Cuando se estudiaron más precisamente algunos de los elementos que cambian de generación en generación en estas líneas celulares se observó que un parámetro crítico para que la célula entre en estado de senescencia es la longitud de los telómeros, veamos de que se trata esto.
Los telómeros: Los telómeros son las regiones de los extremos de los cromosomas y están compuestos de secuencias repetitivas de ADN que no codifican para ningún gen en particular. Una de sus funciones esenciales es la de proteger al resto del cromosoma de la degradación y de la unión de los extremos del ADN entre sí por enzimas reparadoras. Si bien la célula duplica su ADN previamente a la división no es capaz de copiar la totalidad de la secuencia del telómero y, como resultado, el telómero se hace más corto en cada replicación, perdiéndose alrededor de 50 a 200 nucleótidos en cada ciclo de división celular.
El desgaste del telómero con la sucesión de ciclos celulares, impide su función protectora, con lo que el cromosoma se hace inestable, aparecen errores en la segregación durante la mitosis, anomalías genéticas y diversos tipos de mutaciones. Las células que presentan estos defectos, no solo son incapaces de duplicarse, sino que dejan de ser viables, activándose los procesos de muerte celular programada.
La telomerasa: Sin embargo, en el caso de las células germinales y embrionarias, de las que el organismo no puede prescindir, existe una enzima específica, la telomerasa, que es capaz de restaurar la secuencia del telómero. De hecho, cuando se modifican genéticamente células que no sintetizan la telomerasa para que lo hagan, estas células se dividen un 50 % más que las células que no expresan esta enzima. Esto apoya fuertemente la teoría de que es la longitud de los telómeros el determinante para ingresar en el estado de senescencia. Otra evidencia que refuerza esta teoría es que pacientes aquejados de síndrome de envejecimiento prematuro presentan un acortamiento significativo de los telómeros. Y por el contrario, las células tumorales, que tienen la capacidad de crecer indefinidamente, expresan la telomerasa y sus telómeros no se acortan progresivamente. Este último dato hace de esta enzima un blanco más que interesante para la detección y control de tumores en crecimiento.
Otra de las áreas sobre las cuales este reloj biológico tiene una importante incidencia es la clonación. Uno de los grandes hitos en el avance de las técnicas de clonación ha sido el nacimiento de Dolly, que fue el primer mamífero clonado a partir de una célula diferenciada extraída de un individuo adulto. Todo el ADN de las células de Dolly provino del de una de las células de la glándula mamaria de su madre. Ahora bien, al partir de una célula ya desarrollada, la longitud de sus telómeros ha de ser menor a la inicial de una célula embrionaria y de hecho se observó en Dolly un acortamiento prematuro de sus telómeros. Cabe preguntarse ahora cuál era la edad de Dolly: ¿el tiempo transcurrido desde su nacimiento o la determinada por la longitud de sus telómeros?
viernes, mayo 14, 2004
Phillip K. Dick sobre la ciencia ficción
En primer lugar, definiré lo que es la ciencia ficción diciendo lo que no es. No puede ser definida como "un relato, novela o drama ambientado en el futuro", desde el momento en que existe algo como la aventura espacial, que está ambientada en el futuro pero no es ciencia ficción; se trata simplemente de aventuras, combates y guerras espaciales que se desarrollan en un futuro de tecnología superavanzada. ¿Y por qué no es ciencia ficción? Lo es en apariencia, Y Doris Lessing, por ejemplo, así lo admite. Sin embargo la aventura espacial carece de la nueva idea diferenciadora que es el ingrediente esencial. Por otra parte, también puede haber ciencia ficción ambientada en el presente: los relatos o novelas de mundos alterno. De modo que si separamos la ciencia ficción del futuro y de la tecnología altamente avanzada, ¿a qué podemos llamar ciencia ficción?
Tenemos un mundo ficticio; éste es el primer paso. Una sociedad que no existe de hecho, pero que se basa en nuestra sociedad real; es decir, ésta actúa como punto de partida. La sociedad deriva de la nuestra en alguna forma, tal vez ortogonalmente, como sucede en los relatos o novelas de mundos alternos. Es nuestro mundo desfigurado por el esfuerzo mental del autor, nuestro mundo transformado en otro que no existe o que aún no existe. Este mundo debe diferenciarse del real al menos en un aspecto que debe ser suficiente para dar lugar a acontecimientos que no ocurren en nuestra sociedad o en cualquier otra sociedad del presente o del pasado. Una idea coherente debe fluir en esta desfiguración; quiero decir que la desfiguración ha de ser conceptual, no trivial o extravagante... Ésta es la esencia de la ciencia ficción, la desfiguración conceptual que, desde el interior de la sociedad, origina una nueva sociedad imaginada en la mente del autor, plasmada en letra impresa y capaz de actual como un mazazo en la mente del lector, lo que llamamos el shock del no reconocimiento. Él sabe que la lectura no se refiere a su mundo real.
Ahora tratemos de separar la fantasía de la ciencia ficción. Es imposible, y una rápida reflexión nos lo demostrará. Fijémonos en los personajes dotados de poderes paranormales; fijémonos en los mutantes que Ted Sturgeon plasma en su maravilloso Más que humano. Si el lector cree que tales mutantes pueden existir, considerará la novela de Sturgeon como ciencia ficción. Si, al contrario, opina que los mutantes, como los brujos y los ladrones, son criaturas imaginarias, leerá una novela de fantasía. La fantasía trata de aquello que la opinión general considera imposible; la ciencia ficción trata de aquello que la opinión general considera posible bajo determinadas circunstancias. Esto es, en esencia, un juicio arriesgado, puesto que no es posible saber objetivamente lo que es posible y lo que no lo es, creencias subjetivas por parte del autor y del lector.
Ahora definiremos lo que es la buena ciencia ficción. La desfiguración conceptual (la idea nueva, en otras palabras) debe ser auténticamente nueva, o una nueva variación sobre otra anterior, y ha de estimular el intelecto de lector; tiene que invadir su mente y abrirla a la posibilidad de algo que hasta entonces no había imaginado. "Buena ciencia ficción" es un término apreciativo, no algo objetivo, aunque pienso objetivamente que existe algo como la buena ciencia ficción.
Creo que el doctor Willis McNelly, de la Universidad del estado de California, en Fullerton, acertó plenamente cuando afirmó que el verdadero protagonista de un relato o de una novela es una idea y no una persona. Si la ciencia ficción es buena, la idea es nueva, es estimulante y, tal vez lo más importante, desencadena una reacción en cadena de ideas-ramificaciones en la mente del lector, podríamos decir que libera la mente de éste hasta el punto que empieza a crear, como la del autor. La ciencia ficción es creativa e inspira creatividad, lo que no sucede, por lo común, en la narrativa general. Los que leemos ciencia ficción (ahora hablo como lector, no como escritor) lo hacemos porque nos gusta experimentar esta reacción en cadena de ideas que provoca en nuestras mentes algo que leemos, algo que comporta una nueva idea; por tanto, la mejor ciencia ficción tiende en último extremo a convertirse en una colaboración entre autor y lector en la que ambos crean... y disfrutan haciéndolo: el placer es el esencial y definitivo ingrediente de la ciencia ficción, al placer de descubrir la novedad.
Tenemos un mundo ficticio; éste es el primer paso. Una sociedad que no existe de hecho, pero que se basa en nuestra sociedad real; es decir, ésta actúa como punto de partida. La sociedad deriva de la nuestra en alguna forma, tal vez ortogonalmente, como sucede en los relatos o novelas de mundos alternos. Es nuestro mundo desfigurado por el esfuerzo mental del autor, nuestro mundo transformado en otro que no existe o que aún no existe. Este mundo debe diferenciarse del real al menos en un aspecto que debe ser suficiente para dar lugar a acontecimientos que no ocurren en nuestra sociedad o en cualquier otra sociedad del presente o del pasado. Una idea coherente debe fluir en esta desfiguración; quiero decir que la desfiguración ha de ser conceptual, no trivial o extravagante... Ésta es la esencia de la ciencia ficción, la desfiguración conceptual que, desde el interior de la sociedad, origina una nueva sociedad imaginada en la mente del autor, plasmada en letra impresa y capaz de actual como un mazazo en la mente del lector, lo que llamamos el shock del no reconocimiento. Él sabe que la lectura no se refiere a su mundo real.
Ahora tratemos de separar la fantasía de la ciencia ficción. Es imposible, y una rápida reflexión nos lo demostrará. Fijémonos en los personajes dotados de poderes paranormales; fijémonos en los mutantes que Ted Sturgeon plasma en su maravilloso Más que humano. Si el lector cree que tales mutantes pueden existir, considerará la novela de Sturgeon como ciencia ficción. Si, al contrario, opina que los mutantes, como los brujos y los ladrones, son criaturas imaginarias, leerá una novela de fantasía. La fantasía trata de aquello que la opinión general considera imposible; la ciencia ficción trata de aquello que la opinión general considera posible bajo determinadas circunstancias. Esto es, en esencia, un juicio arriesgado, puesto que no es posible saber objetivamente lo que es posible y lo que no lo es, creencias subjetivas por parte del autor y del lector.
Ahora definiremos lo que es la buena ciencia ficción. La desfiguración conceptual (la idea nueva, en otras palabras) debe ser auténticamente nueva, o una nueva variación sobre otra anterior, y ha de estimular el intelecto de lector; tiene que invadir su mente y abrirla a la posibilidad de algo que hasta entonces no había imaginado. "Buena ciencia ficción" es un término apreciativo, no algo objetivo, aunque pienso objetivamente que existe algo como la buena ciencia ficción.
Creo que el doctor Willis McNelly, de la Universidad del estado de California, en Fullerton, acertó plenamente cuando afirmó que el verdadero protagonista de un relato o de una novela es una idea y no una persona. Si la ciencia ficción es buena, la idea es nueva, es estimulante y, tal vez lo más importante, desencadena una reacción en cadena de ideas-ramificaciones en la mente del lector, podríamos decir que libera la mente de éste hasta el punto que empieza a crear, como la del autor. La ciencia ficción es creativa e inspira creatividad, lo que no sucede, por lo común, en la narrativa general. Los que leemos ciencia ficción (ahora hablo como lector, no como escritor) lo hacemos porque nos gusta experimentar esta reacción en cadena de ideas que provoca en nuestras mentes algo que leemos, algo que comporta una nueva idea; por tanto, la mejor ciencia ficción tiende en último extremo a convertirse en una colaboración entre autor y lector en la que ambos crean... y disfrutan haciéndolo: el placer es el esencial y definitivo ingrediente de la ciencia ficción, al placer de descubrir la novedad.
lunes, mayo 10, 2004
Controlar y castigar
Leo que una compañía está desarrollando una tecnología para interpretar la información almacenada en el cerebro mediante la decodificación de ondas. Es una empresa norteamericana. Se llama Brain Fingerprinting Co y tiene un doctor Lawrence Farwell que dice que el método puede ayudar a las autoridades “a determinar la verdad en relación a un crimen o un acto terrorista detectando información almacenada en el cerebro”.
Vos sos sospechoso. Te muestran escenas de un crimen. Unos sensores captan tus ondas cerebrales, producidas por estímulo de las fotos. Un software, un programa escrito por hombres, interpreta tu reacción: estas condenado, sos hombre libre.
Farwell explica que “la tecnología puede distinguir con precisión entre una persona inocente y un criminal o terrorista al detectar el conocimiento de un crimen en el cerebro de su perpetrador”. Claro.
Hay críticos a esta tecnología, que alegan que el olvido de partes de la escena del crimen harían desaparecer cierta información del cerebro, lo que volvería impreciso al test. Es decir, la tecnología debe ser rechazada por su falibilidad. ¿Pero y si fuera efectivamente infalible, o se desarrollara alguna otra que lo sea?
PELIGRO: La técnica de detección de ondas cerebrales ya se admitió como evidencia científica en el 2000, en el caso de Jimmy Ray Slaughter, quien fue liberado después de 27 años, por un crimen que supuestamente no cometió.
Es tan evidente... que mejor no verlo. Hay un poder como nunca antes lo hubo, subido al trono del mundo. Todo este muendo en el que cogemos, estudiamos, pateamos una pelota, vamos al cine o leemos historietas se sostiene mediante la violencia.
El dinero sirve, además de para comprar los misiles más lindos y de largo alcance, además de para bombardear durante día y noche a los países cuyas riquezas (o mujeres, porque no) vos codicies, sirve, digo, para pagar el desarrollo de ds cosas. Por un lado, de un sistema de creencias que justifique tus actos de hijo de puta. Por el otro, de un sistema de publicidad de ese sistema de creencias.
Ciencia y medios. La ciencia está orientada al control de las personas. Nuestros hijos, y mucho más nuestros nietos, serán reconocidos caminando por la calle, y ni siquiera habrá necesidad de decretar toques de queda. Las personas serán reconocidas a distancia, monitoreadas desde celulares tecno.
Los insurgentes del mañana serán científicos o no serán nada.
Cualqueir iniciativa orientada a frenar este avance del Estado sobre nuestros cuerpos y mentes, firmas, petitorios, proyectos de ley, debe ser apoyado por nosotros, la sociedad civil. Mucho más importante que el aumento del gas, tarde o temprano, vamos a vernos obligados a preocuparnos por eso.
Vos sos sospechoso. Te muestran escenas de un crimen. Unos sensores captan tus ondas cerebrales, producidas por estímulo de las fotos. Un software, un programa escrito por hombres, interpreta tu reacción: estas condenado, sos hombre libre.
Farwell explica que “la tecnología puede distinguir con precisión entre una persona inocente y un criminal o terrorista al detectar el conocimiento de un crimen en el cerebro de su perpetrador”. Claro.
Hay críticos a esta tecnología, que alegan que el olvido de partes de la escena del crimen harían desaparecer cierta información del cerebro, lo que volvería impreciso al test. Es decir, la tecnología debe ser rechazada por su falibilidad. ¿Pero y si fuera efectivamente infalible, o se desarrollara alguna otra que lo sea?
PELIGRO: La técnica de detección de ondas cerebrales ya se admitió como evidencia científica en el 2000, en el caso de Jimmy Ray Slaughter, quien fue liberado después de 27 años, por un crimen que supuestamente no cometió.
Es tan evidente... que mejor no verlo. Hay un poder como nunca antes lo hubo, subido al trono del mundo. Todo este muendo en el que cogemos, estudiamos, pateamos una pelota, vamos al cine o leemos historietas se sostiene mediante la violencia.
El dinero sirve, además de para comprar los misiles más lindos y de largo alcance, además de para bombardear durante día y noche a los países cuyas riquezas (o mujeres, porque no) vos codicies, sirve, digo, para pagar el desarrollo de ds cosas. Por un lado, de un sistema de creencias que justifique tus actos de hijo de puta. Por el otro, de un sistema de publicidad de ese sistema de creencias.
Ciencia y medios. La ciencia está orientada al control de las personas. Nuestros hijos, y mucho más nuestros nietos, serán reconocidos caminando por la calle, y ni siquiera habrá necesidad de decretar toques de queda. Las personas serán reconocidas a distancia, monitoreadas desde celulares tecno.
Los insurgentes del mañana serán científicos o no serán nada.
Cualqueir iniciativa orientada a frenar este avance del Estado sobre nuestros cuerpos y mentes, firmas, petitorios, proyectos de ley, debe ser apoyado por nosotros, la sociedad civil. Mucho más importante que el aumento del gas, tarde o temprano, vamos a vernos obligados a preocuparnos por eso.
viernes, mayo 07, 2004
Las posibilidades de lo humano
Posibilidad uno
"Si alguien entra, alguien sale", dice Papá sonriendo desde la puerta, como cada mañana. Como cada mañana, Paco se monta sobre el cuerpo de su madre y se dedica a fornicarlo, mientras Papá prepara el desayuno. Luego de la tímida, electrizante eyaculación, Paco se higieniza el pene flaco y largo, embadurnado por los jugos de su madre. En el living, Papá le plancha la camisa.
"Si alguien entra, alguien sale", lo despide Papá sonriente, como cada mañana. Lleva un nudo en la corbata, Paco, en flor a la moda. Sus dientes relucientes, tal vez un poco demasiado. Peinado al costado, goteando aún. Sus trece años explotan semen y hormonas, todo el tiempo, mientras camina la fría mañana de junio. Mira las firmes piernas de las colegialas, cubiertas por suaves medibachas color piel. Piensa en los senos de su madre. En su mirada materna, en su boca anhelante, abierta, cada mañana, jadeando sobre su cuerpo cálido. Una nube de vapor se disuelve en el aire frío de la mañana. Un pene adolescente se yergue desafiando el invierno.
Papá lava amorosamente el cuerpo de su esposa. Ella mantiene las piernas apretedas para retener el semen que se agita en su interior. Papá anhela este momento de intimidad, que se repite cada mañana. Abraza a Mamá y la besa con devoción. Se abrazan y se quedan dormidos. Sueñan que por fin ella queda embarazada. Por cuarta vez, todo un logro a sus 52 años. En el sueño se les aparece Toni, montando un caballo como la montaba a ella, con toda la violencia de sus precoces once años. Sus ojos lo miran a Papá con rencor, desde el fondo de su rostro violáceo. Pero sonríe al ver a Mamita. Y le dice: "Alguien entró, Mami, alguien entró..."
Papá y Mamá se despiertan y se miran incrédulos. "¿Vos también lo viste?", al mismo tiempo. No pierden tiempo: hacen el test: da positivo. Se abrazan. Lloran. Bendito tiempo en el que vivimos, murmura Papito, mientras levanta el teléfono y disca el número.
"¿Oficina de control de la natalidad? Quisiera reportar una llegada y solicitar permiso para una partida. Envío número del test: 0400.6655.7474.1818. Recibo número de aprobación, 7189.4737.2828/734. Perfecto, sí, sí, lo adoso al cuerpo, perfecto. Muy bien, ¡buenos días y mil gracias!"
Después Papito llama al colegio. No puede reprimir una sonrisa mientras solicita que dejen salir antes de hora a su hijo. Mamá lo mira frunciendo el seño. Exagera su enojo. También ella está ansiosa por sentir de nuevo el cuerpo de su marido. Quiere una pija más grande, así de simple, y sentir más fuerza.
De todas formas, se dice, extrañará la dulzura de Paco.
"Si alguien entra, alguien sale", dice Papá sonriendo desde la puerta, como cada mañana. Como cada mañana, Paco se monta sobre el cuerpo de su madre y se dedica a fornicarlo, mientras Papá prepara el desayuno. Luego de la tímida, electrizante eyaculación, Paco se higieniza el pene flaco y largo, embadurnado por los jugos de su madre. En el living, Papá le plancha la camisa.
"Si alguien entra, alguien sale", lo despide Papá sonriente, como cada mañana. Lleva un nudo en la corbata, Paco, en flor a la moda. Sus dientes relucientes, tal vez un poco demasiado. Peinado al costado, goteando aún. Sus trece años explotan semen y hormonas, todo el tiempo, mientras camina la fría mañana de junio. Mira las firmes piernas de las colegialas, cubiertas por suaves medibachas color piel. Piensa en los senos de su madre. En su mirada materna, en su boca anhelante, abierta, cada mañana, jadeando sobre su cuerpo cálido. Una nube de vapor se disuelve en el aire frío de la mañana. Un pene adolescente se yergue desafiando el invierno.
Papá lava amorosamente el cuerpo de su esposa. Ella mantiene las piernas apretedas para retener el semen que se agita en su interior. Papá anhela este momento de intimidad, que se repite cada mañana. Abraza a Mamá y la besa con devoción. Se abrazan y se quedan dormidos. Sueñan que por fin ella queda embarazada. Por cuarta vez, todo un logro a sus 52 años. En el sueño se les aparece Toni, montando un caballo como la montaba a ella, con toda la violencia de sus precoces once años. Sus ojos lo miran a Papá con rencor, desde el fondo de su rostro violáceo. Pero sonríe al ver a Mamita. Y le dice: "Alguien entró, Mami, alguien entró..."
Papá y Mamá se despiertan y se miran incrédulos. "¿Vos también lo viste?", al mismo tiempo. No pierden tiempo: hacen el test: da positivo. Se abrazan. Lloran. Bendito tiempo en el que vivimos, murmura Papito, mientras levanta el teléfono y disca el número.
"¿Oficina de control de la natalidad? Quisiera reportar una llegada y solicitar permiso para una partida. Envío número del test: 0400.6655.7474.1818. Recibo número de aprobación, 7189.4737.2828/734. Perfecto, sí, sí, lo adoso al cuerpo, perfecto. Muy bien, ¡buenos días y mil gracias!"
Después Papito llama al colegio. No puede reprimir una sonrisa mientras solicita que dejen salir antes de hora a su hijo. Mamá lo mira frunciendo el seño. Exagera su enojo. También ella está ansiosa por sentir de nuevo el cuerpo de su marido. Quiere una pija más grande, así de simple, y sentir más fuerza.
De todas formas, se dice, extrañará la dulzura de Paco.
LIBRO ES CULTURA
Viernes de otoño, camino sobre las hojas secas, marchitas, del pasado.
Hojas que caen, hojas que nacen, hojas que se dan vuelta, hojas de libros que ya no están... libros que no pueden ser ya hojeados, porque, ¡ay! sus hojas ya se han caído en aras del progreso...
Basta de pelotudeces: abajo hay una lista de libros en formato PDF y Word que pongo a disposición de quien me lo pida. Lo único que tienen que hacer es pedir por mail y se los mando.
Tengo más, algunos bastante difíciles de conseguir. Pero las cosas valiosas se dan de a poco. Así que por ahora van sólo estos.
Alicia en el país de las maravillas / Detrás del espejo, L. Carroll
El Amor, las mujeres y la muerte, Schopenhauer
El inconveniente de haber nacido, Cioran
Consejos a los jóvenes literatos, Baudelaire
Un Corazón sencillo, Flaubert
Decamerón, Bocaccio
Discurso del Método, Descartes
Dieciséis esbozos de mi mismo, G.B. Shaw
Ecce homo, Nietzsche
De mi vida, Nietzche
Genealogía de la moral, Nietzche
El péndulo de Foucault, Eco
Elogio de la locura, E. Rotterdam
Sujeto y poder, Focault
Grado cero escritura, Barthes
Trópico de Cáncer, Henry Miller
venas abiertas america latina, Galeano
El hombre duplicado, Saramago
Corrientes en la filosofía argentina, J. Ingenieros
Hojas que caen, hojas que nacen, hojas que se dan vuelta, hojas de libros que ya no están... libros que no pueden ser ya hojeados, porque, ¡ay! sus hojas ya se han caído en aras del progreso...
Basta de pelotudeces: abajo hay una lista de libros en formato PDF y Word que pongo a disposición de quien me lo pida. Lo único que tienen que hacer es pedir por mail y se los mando.
Tengo más, algunos bastante difíciles de conseguir. Pero las cosas valiosas se dan de a poco. Así que por ahora van sólo estos.
Alicia en el país de las maravillas / Detrás del espejo, L. Carroll
El Amor, las mujeres y la muerte, Schopenhauer
El inconveniente de haber nacido, Cioran
Consejos a los jóvenes literatos, Baudelaire
Un Corazón sencillo, Flaubert
Decamerón, Bocaccio
Discurso del Método, Descartes
Dieciséis esbozos de mi mismo, G.B. Shaw
Ecce homo, Nietzsche
De mi vida, Nietzche
Genealogía de la moral, Nietzche
El péndulo de Foucault, Eco
Elogio de la locura, E. Rotterdam
Sujeto y poder, Focault
Grado cero escritura, Barthes
Trópico de Cáncer, Henry Miller
venas abiertas america latina, Galeano
El hombre duplicado, Saramago
Corrientes en la filosofía argentina, J. Ingenieros
jueves, mayo 06, 2004
"REPRESION EN LA PUERTA DE TU CASA"
Dice Althusser: "La tradición marxista es formal: desde el Manifiesto y El 18 Brumario (y en todos los textos clásicos posteriores, ante todo el de Marx sobre La comuna de París y el de Lenin sobre El Estado y la Revolución ) el Estado es concebido explícitamente como aparato represivo. El Estado es una “máquina” de represión que permite a las clases dominantes (en el siglo XIX a la clase burguesa y a la “clase” de los grandes terratenientes) asegurar su dominación sobre la clase obrera para someterla al proceso de extorsión de la plusvalía (es decir a la explotación capitalista).
El Estado es ante todo lo que los clásicos del marxismo han llamado el aparato de Estado. Se incluye en esta denominación no sólo al aparato especializado (en sentido estricto), cuya existencia y necesidad conocemos a partir de las exigencias de la práctica jurídica, a saber la policía —los tribunales— y las prisiones, sino también el ejército, que interviene directamente como fuerza represiva de apoyo (el proletariado ha pagado con su sangre esta experiencia) cuando la policía y sus cuerpos auxiliares son “desbordados por los acontecimientos”, y, por encima de este conjunto, al Jefe de Estado, al Gobierno y la administración.
Presentada en esta forma, la “teoría” marxista-leninista del Estado abarca lo esencial, y ni por un momento se pretende dudar de que allí está lo esencial. El aparato de Estado, que define a éste como fuerza de ejecución y de intervención represiva “al servicio de las clases dominantes”, en la lucha de clases librada por la burguesía y sus aliados contra el proletariado, es realmente el Estado y define perfectamente su “función” fundamental."
Querido drugo, bienvenido a la prisión. Y no me venga nadie con esa gran mentira de la libertad. ¡Qué feliz soy! Puedo deslizarme por las áreas que no están prohibidas de la vida... Es una broma tan cruel, que mejor no pensar. Sí, mejor no pensar (por cierto, debo agradecer que soy libre para escribir cosas como ésta, que todos sabemos no modificará absolutamente nada, nunca).
El Estado es ante todo lo que los clásicos del marxismo han llamado el aparato de Estado. Se incluye en esta denominación no sólo al aparato especializado (en sentido estricto), cuya existencia y necesidad conocemos a partir de las exigencias de la práctica jurídica, a saber la policía —los tribunales— y las prisiones, sino también el ejército, que interviene directamente como fuerza represiva de apoyo (el proletariado ha pagado con su sangre esta experiencia) cuando la policía y sus cuerpos auxiliares son “desbordados por los acontecimientos”, y, por encima de este conjunto, al Jefe de Estado, al Gobierno y la administración.
Presentada en esta forma, la “teoría” marxista-leninista del Estado abarca lo esencial, y ni por un momento se pretende dudar de que allí está lo esencial. El aparato de Estado, que define a éste como fuerza de ejecución y de intervención represiva “al servicio de las clases dominantes”, en la lucha de clases librada por la burguesía y sus aliados contra el proletariado, es realmente el Estado y define perfectamente su “función” fundamental."
Querido drugo, bienvenido a la prisión. Y no me venga nadie con esa gran mentira de la libertad. ¡Qué feliz soy! Puedo deslizarme por las áreas que no están prohibidas de la vida... Es una broma tan cruel, que mejor no pensar. Sí, mejor no pensar (por cierto, debo agradecer que soy libre para escribir cosas como ésta, que todos sabemos no modificará absolutamente nada, nunca).
Sobre el post de abajo...
La trampa es la siguiente: confundimos nuestros intereses con los de quienes están del buen lado de la mecha, el lado que enciende.
Mejor dicho, queremos, deseamos deseperadamente convencernos a nosotros mismos de que pertenecemos al bando que tiene el fueguito.
Así, festejamos el orden de las cosas, pues nos parece razonable. ¡Soy un animalito tan domesticable! La fuerza de la costumbre me fuerza a acostumbrarme a lo dado, hasta el punto de que, nacido bajo el signo de los oprimidos, festejo a mis opresores pues los admiro.
Mejor dicho, queremos, deseamos deseperadamente convencernos a nosotros mismos de que pertenecemos al bando que tiene el fueguito.
Así, festejamos el orden de las cosas, pues nos parece razonable. ¡Soy un animalito tan domesticable! La fuerza de la costumbre me fuerza a acostumbrarme a lo dado, hasta el punto de que, nacido bajo el signo de los oprimidos, festejo a mis opresores pues los admiro.
Nietzsche
He vivido ya muchas cosas, alegres y tristes, agradables y desagradables, pero se que en todas ellas Dios me ha guiado con la misma seguridad que un padre a su tierno hijito. Aunque me haya impuesto mucho sufrimiento, reconozco con veneración su poder y su majestad sobre todas las cosas. He tomado la firme determinación de dedicarme para siempre a su servicio. Quiera el Señor darme fuerza para llevar a cabo mi propósito y quiera ampararme en el camino de mi vida. Con confianza infantil me entrego a su misericordia: que Él nos ampare y nos libre de desgracias, pero ¡hágase su Santa Voluntad! Todo lo que Él me asigne quiero aceptarlo con alegría: buena o mala suerte, pobreza y riqueza, y también, mirar valientemente a los ojos de la muerte, la cual un día ha de igualarnos a todos en el contento y la placidez eternas. ¡Señor, deja que tu semblante nos ilumine por toda la eternidad! ¡¡Amén!!
Con esto he terminado mi primer cuaderno, que contemplo con satisfacción. Lo he escrito sin cansancio alguno y con gran alegría. Es algo magnífico guiar más tarde a nuestro espíritu por los primeros años de nuestra vida y penetrar así en el desarrollo de su educación. He relatado fielmente la verdad, sin fabulación o adorno poético alguno. Que de vez en cuando haya añadido algo, o que aún añada algo más, debe perdonárseme debido a lo extenso de la empresa. ¡Ojalá pueda todavía escribir muchos más libritos como éste!
La vida es un espejo.
Reconocernos en él,
Es lo primero
A lo que aspiramos.
(Extraído de De mi vida)
Así escribía Nietzsche, a mediados de 1858, cuando tenía 14 años. Que tan tiernamente hablara el hombre que más tarde anunciaría "Dios ha muerto" no hace otra cosa que dar muestras del profundo compromiso intelectual que mantuvo en su adultez.
Mi romance con Nietzche, a quien aún no comprendo, nació la primera vez que lo leí. Creo que fue Zarathustra. Lo primero que me impactó fue la tremenda potencia de su prosa: filosofó a martillazos para quebrar en mil pedazos toda una concepción de la moral humana. Sobre Nietzche se ha dicho mucho y mal, la mayoría de las veces como fruto de la prisa y la soberbia intelectual. Volveré sobre el tema con más tiempo.
Con esto he terminado mi primer cuaderno, que contemplo con satisfacción. Lo he escrito sin cansancio alguno y con gran alegría. Es algo magnífico guiar más tarde a nuestro espíritu por los primeros años de nuestra vida y penetrar así en el desarrollo de su educación. He relatado fielmente la verdad, sin fabulación o adorno poético alguno. Que de vez en cuando haya añadido algo, o que aún añada algo más, debe perdonárseme debido a lo extenso de la empresa. ¡Ojalá pueda todavía escribir muchos más libritos como éste!
La vida es un espejo.
Reconocernos en él,
Es lo primero
A lo que aspiramos.
(Extraído de De mi vida)
Así escribía Nietzsche, a mediados de 1858, cuando tenía 14 años. Que tan tiernamente hablara el hombre que más tarde anunciaría "Dios ha muerto" no hace otra cosa que dar muestras del profundo compromiso intelectual que mantuvo en su adultez.
Mi romance con Nietzche, a quien aún no comprendo, nació la primera vez que lo leí. Creo que fue Zarathustra. Lo primero que me impactó fue la tremenda potencia de su prosa: filosofó a martillazos para quebrar en mil pedazos toda una concepción de la moral humana. Sobre Nietzche se ha dicho mucho y mal, la mayoría de las veces como fruto de la prisa y la soberbia intelectual. Volveré sobre el tema con más tiempo.
martes, mayo 04, 2004
ESPEJOS ROTOS O ROMPECABEZAS
LA MOSCA
Volaba insistentemente alrededor del hombre en el sofá. Se acercaba a su rostro, incluso llegaba a posarse levemente en él, para enseguida alejarse, una y otra vez, en un juego de histeria que no parecía molestar al hombre, tan absorto estaba en sus pensamientos, tan inmóvil se hundía su pesado corpachón en la suave piel del tapizado. Era verano, y el calor y la humedad reinaban en la habitación.
Sobre una mesa al costado del sofá un vaso lleno con jugo de naranjas se calentaba lentamente. Las paredes del vidrio transpiraban, y sobre el borde se depositaban pedacitos de la pulpa de la fruta, señalando para quien prestara la suficiente atención la zona tocada por los labios del hombre al beber.
Después de un rato, resuelta, la mosca se alejó en vuelo recto hacia el pasillo en penumbras al costado del hombre. Como si ese insignificante acto ocultara algún significado, él siguió con su mirada la trayectoria del insecto, hasta que lo perdió de vista. Ahora la mosca debía estar revoloteando, en completa soledad, por alguno de los cuartos de la casa.
Un raro, casi imperceptible brillo en la mirada del hombre, anunció que una decisión había sido tomada. Con inusitada rapidez para un cuerpo tan pesado, el hombre se levantó y, resoplando como un toro corrió hasta la ancha ventana de bordes de madera. Escondido detrás de las cortinas, con la visión limitada al rectángulo de luz que formaban las persianas entrecerradas, bajó su mano hasta su entrepierna, se bajó el cierre de la bragueta y comenzó una lenta, anhelada masturbación.
SOL
Como un pedazo de sol bajo el sol de la tarde, la piba desperezaba sus piernas en la calle vieja, silenciosa. No pasaban autos, ni había chicos jugando, ni personas caminando. El sol, después de castigar durante todo el día de aquel verano, comenzaba a menguar su fuerza, y en media hora más atardecería. Pero todavía le quedaban energías para azotar a quienes le escapaban, escondidos dentro de sus húmedas casas; y para maravillarse con el espectáculo de aquellos atrevidos, sus cálidos amantes de suaves pieles cobrizas que, como la chica sentada en la vereda, se alimentan del calor mismo de la vida.
Adentro, en la oscuridad, el hombre subía y bajaba lentamente su mano ensalivada a lo largo de su pene. Olía a semen y a orina y a sudor. Se quedó un buen rato espiando, hasta que oscureció y la chica, satisfecha ya con el baño de luz y calor, se marchó caminando hacia la esquina, agitando en suaves ondas su largo pelo lacio, balanceando con inocencia su delgada cadera. — Todo lento, — dijo el hombre en voz alta — todo muy despacito.
Afuera, una piba contoneaba cadenciosamente su cadera, en un silencioso pueblo de gente grande. Adentro, una mosca volvía, obstinada, para interrumpir el retiro de un hombre grueso, reconcentrado en sus pensamientos.
EL IDIOTA
Gonzalo fue idiota desde siempre. Llegó al mundo con los ojitos achinados y con los labios colgando, el pobre. Supo desde pequeño, a medida que se alejaban de él los demás chicos, que esa idiotez lo diferenciaba de sus amigos. Pero sabía además —y esto sólo él lo sabía— de otra cosa que lo distinguía: podía conocer el futuro por medio de visiones, aunque no entender su causa ni su objeto.
La primera vez que tuvo una premonición, Gonzalo lloró de angustia y miedo. Sin saber cómo ni porqué, había soñado con su madre muerta. Durante el breve entierro, que tuvo lugar una semana después, nada pudo evitar que el idiota se culpara de haber soñado. Seis años tenía Gonzalo entonces.
Varios años después el chico tuvo otra visión. Esta vez se trató de un auto estacionado a orillas de un lago en el bosque, en la noche. Era de noche y hacía frío. En el interior del vehículo estaba sentado su tío Walter, con una mujer que lloraba y abría muy grande la boca. Entonces el tío le metía un revolver en la boca, sin importarle tanto grito y tanto llanto. Finalmente la mujer, después de unos segundos, con los ojos inundados de lágrimas, se inclinaba sobre el regazo del hombre, como si buscara algo en el suelo del automóvil. Entonces el tío Walter le sacaba el revolver de la boca y lo apoyaba en la nuca de la desgraciada, mientras le tiraba de los pelos con su otra mano. El tío Walter reía, jadeaba y gritaba, con las venas de su frente a punto de estallar.
Tres días más tarde, la policía se llevó al tío Walter, y de nuevo Gonzalo sintió la culpa devorándolo, trepando por dentro como esas enredaderas que crecen en los húmedos muros de las casas viejas.
Pero la peor de todas las visiones Gonzalo la tuvo dos días después de que una mosca alterara los pensamientos de un hombre grueso sentado en un sofá.
Raúl, a quien Gonzalo conocía de vista, se encontraba sentado a la mesa del comedor, con sus manos entrelazadas ante sí y la vista clavada en una nena, ubicada en la silla enfrente suyo. Entre ambos, una olla humeante ocupaba el centro de la mesa. También había frutas, pan, y una jarra con agua. Las persianas cerradas sumían la habitación en penumbras, con solo la luz que se filtraba por entre las hendijas de la madera para alumbrar difusamente el almuerzo. La chica comía despacio del plato ante ella. Su mirada subía y bajaba, alternando entre el hombre y la comida. Raúl hablaba en susurros, de una manera que hacía pensar vagamente en alguien alimentándose. Cuando la pequeña terminó su plato tomó el racimo de uvas que le ofreció el hombre. Ahora ya no lo miraba a los ojos; se apuraba a terminar el postre, atemorizada de que ese sorpresivo festín que le era obsequiado cesara abruptamente.
Desde algún lugar, el idiota seguía soñándolos, sin saber porqué miraba.
Cuando la chica comió la última uva, el tipo se paró, apoyando sus manos en la mesa. Lo hizo de repente, asustando a su invitada, que pegó un salto en la silla. Raúl rodeó la mesa, hizo girar a la nena en su silla, y le acarició el cabello negro, susurrándole algo al oído. La chica sonrió, relajándose, con un encantador gesto de inocencia. Después, ambos se dirigieron al cuarto contiguo.
Gonzalo despertó de esta visión llorando, presa de una ataque de nervios. En la pieza contigua a la suya, el papá del idiota se emborrachaba. No iba a entender nada de lo que su hijo intentara explicarle.
EL HORROR
“Decime que te gusta, hija de puta”; muerde las palabras el hombre enorme sobre el cuerpo aplastado debajo suyo. “Decime papito. ¡Decime papi o te mato, putita!”; le ordena despacito, muy cerca del oído. No se escuchan gritos. Nadie llora. Nadie ruega por su vida. Sólo existe el más conmovedor espanto, acurrucado en el final del alma de la criatura, allí donde cree estar muerta.
No hacen falta golpes, ni correas hundiéndose en las muñecas, ni mordazas. Apenas un par de ordenes secas hacen falta para transformar una puta en una esclava. Entonces, cuando la metamorfosis se cumple, el poder del hombre se proyecta en sus dientes clavados en la carne de ese casi animal, y su furia se dispara recorriendo su propio cuerpo, que termina montado al lomo de el otro cuerpo, el ajeno, para domarlo y para lastimarlo y clavarlo y morder su espanto incrédulo y sosegado.
En la pared no hay cuadros que mirar, ni espejos que devuelvan imagen alguna. No hay paredes blancas de hospitales blancos, no hay asistentes sociales, no hay madres, no hay promesas de amor, no hay mentiras. Tampoco hay televisores, automóviles, hoteles, escuelas ni pasta dental. No importa la esperanza, ni el odio, ni la gula, ni el deseo. No existe en ningún rincón del universo algo parecido a la justicia, mucho menos al amor.
Dios no existe, como tampoco el Diablo existe. Lo que existe se limita a este cuarto, al espacio contenido por cuatro paredes embarradas de sombras y de sangre. Lo que es está en el dolor de la presa paladeada por su cazador, degustada, masticada con fruición, y finalmente aprobada. Dos almas huérfanas, locas de dolor y angustia; una arrastrando a la otra a su íntimo torbellino de oscuridad y caos. Hay dientes apretados y hay gemidos.
Pero Dios no existe.
PAN
Gonzalo se vistió temprano y desayunó pan duro con mate cocido. Una y otra vez, hundía el mismo trozo de pan en el líquido verde; una vez tras otra, lo llevaba hacia su boca para deshacer con los labios el reborde húmedo, coloreado de verde y ligeramente humeante, del pan viejo.
Gonzalo piensa en su último sueño y le entra una sensación fea. Angustiante, esa sensación. La tía Emilia dice siempre que le da una cosa acá, en el pecho, cuando algo no le gusta. ¿La tía Emilia sentirá tan feo como siente Gonzalo ahora? Gonzalo mira los pedacitos de pan que flotan en el mate cocido.
— A Gonzalo no le gustan los cuchillos— dice, y se queda pensativo.
LA SANGRE¡Plaf!, el cuchillo se hunde de punta en la carne. ¡Flip!, el filo se desliza sobre tendones y nervios, veloz. ¡Rap!, la hostilidad pestañea en un par de ojos cuando la sangre los salpica. ¡Plaf!, ¡Flip!, ¡Rap!, "cómo se mueven esas manos torpes y gordas pese estar tan resbalosas", ¡Plaf!, ¡Flip!, ¡Rap!, ¡Plaf!, ¡Flip!, ¡Rap!, ¡Plaf!, ¡Flip!, ¡Rap! "¿Fue ese un destello de luz en el filo del cuchillo?". "No, fue mi rostro tensionado y mis dientes apretados"... Un rápido movimiento: un trozo de carne cae al interior de una bolsa negra de residuos. Le sigue otro, y otro más, éste último arrojado por encima del hombro. Un perro ladra afuera, en la noche. ¡Plaf! ¡Flip!, el carnicero realiza su tarea. ¡Flip!, la carne se le abre de nuevo — ya lo hizo en vida —. ¡Crac!, un hueso es separado para siempre de la carne que sostenía. Y los ladridos, cada vez mas lejanos, más difusos. Y el delantal cubierto de una sangre oscura y pesada, y una lamparita colgada del techo arroja su sucia luz amarilla alrededor, —"¡demasiado baja, esa luz!"—, golpea la frente transpirada del carnicero demente, y las rojas sombras de brazos y de piernas y de una larga cabellera negra y de unos ojos de pupila congelada en el tiempo y el terror, todos congelados para siempre por la muerte en un inútil gesto de fuga o de danza. Hace calor aquí adentro, carnicero, ¿por qué no dejas descansar este cadáver ante ti? Sombras bailando sobre la hoguera — eso es, déjalas ya, carnicero, déjalas que descansen —. Ladridos que llegan a través de un sueño perverso y húmedo, anestesiados por el olor a sangre, alejándose lentamente hacia el interior de esta madrugada fría.
Y las horas que dura todo, hasta que el amanecer sorprende a Raúl en la cocina, todavía manchado de sangre y con restos de carne entre las uñas y el pelo, tomando unos mates lavados y fríos.
PERRO
Cuando el viento cambió de dirección, Perro levantó la cabeza, soltó el cuerpo todavía tibio del pichoncito que había estado mordisqueando, y olfateó el aire, que llegaba cargado de un fuerte olor a carne fresca. Permaneció unos segundos inmóvil, con una oreja parada y la otra, rota en una pelea canina, indefectiblemente caída, lo cual confería a su cara una cómica ternura, aunque los perros nada saben de comicidad ni de ternura. Después comenzó a caminar en la dirección que su olfato le indicaba avanzar. Anduvo lentamente, olisqueando alternadamente el suelo y el aire. Poco a poco se adentró en el bosque que se levanta todavía a dos kilómetros del pueblo, siguiendo el segundo camino de tierra que se abre de la ruta desde Buenos Aires. Se detuvo al llegar a un eucalipto gordo y alto. Confundido, olió la madera del tronco. Después bajó su hocico hasta llegar al suelo, donde la tierra parecía haber sido removida recientemente. Con su curiosidad excitada (es una manera de decir, y una manera errónea, porque los perros nada saben de curiosidad), excavó con sus patas. Se detuvo a unos treinta centímetros de profundidad, miró y hundió la trompa en el pozo. Extrajo una bolsa de residuos y la olfateó. Rascó con sus uñas el nylon negro y brillante y por la herida recién abierta del saco manó la sangre en densos borbotones. A continuación también salió un pedazo de carne, que rodó hasta detenerse frente al hocico del animal. Perro volvió a oler: sabía que tenía ante sí algo distinto de lo habitual; no se trataba de las sobras que comúnmente le arrojaban los vecinos, ni de la basura que revolvía de los tachos. La comida era buena, decidió Perro finalmente, y con una suave caricia de sus colmillos tomó un trozo de carne.
Excitado y orgulloso de su olfato, Perro se tendía en el suelo. Mordisqueaba, desgarraba, lamía, tragaba. Aferraba con las patas delanteras su alimento-trofeo; se relamía la sangre que le manchaba el morro, le gustaba lo que comía.
Una hora después, iba a vomitar el alimento que comía, y dos horas más tarde tres chicos de nueve años pasarían cerca de aquel eucalipto y lo verían todo: el negro pozo en la tierra, la desangrada bolsa de residuos, la carne de bordes ennegrecidos, dura, esparcida, y Perro arrastrándose con el hocico ensangrentado, todavía vomitando, pobrecito, carne negra.
Volaba insistentemente alrededor del hombre en el sofá. Se acercaba a su rostro, incluso llegaba a posarse levemente en él, para enseguida alejarse, una y otra vez, en un juego de histeria que no parecía molestar al hombre, tan absorto estaba en sus pensamientos, tan inmóvil se hundía su pesado corpachón en la suave piel del tapizado. Era verano, y el calor y la humedad reinaban en la habitación.
Sobre una mesa al costado del sofá un vaso lleno con jugo de naranjas se calentaba lentamente. Las paredes del vidrio transpiraban, y sobre el borde se depositaban pedacitos de la pulpa de la fruta, señalando para quien prestara la suficiente atención la zona tocada por los labios del hombre al beber.
Después de un rato, resuelta, la mosca se alejó en vuelo recto hacia el pasillo en penumbras al costado del hombre. Como si ese insignificante acto ocultara algún significado, él siguió con su mirada la trayectoria del insecto, hasta que lo perdió de vista. Ahora la mosca debía estar revoloteando, en completa soledad, por alguno de los cuartos de la casa.
Un raro, casi imperceptible brillo en la mirada del hombre, anunció que una decisión había sido tomada. Con inusitada rapidez para un cuerpo tan pesado, el hombre se levantó y, resoplando como un toro corrió hasta la ancha ventana de bordes de madera. Escondido detrás de las cortinas, con la visión limitada al rectángulo de luz que formaban las persianas entrecerradas, bajó su mano hasta su entrepierna, se bajó el cierre de la bragueta y comenzó una lenta, anhelada masturbación.
SOL
Como un pedazo de sol bajo el sol de la tarde, la piba desperezaba sus piernas en la calle vieja, silenciosa. No pasaban autos, ni había chicos jugando, ni personas caminando. El sol, después de castigar durante todo el día de aquel verano, comenzaba a menguar su fuerza, y en media hora más atardecería. Pero todavía le quedaban energías para azotar a quienes le escapaban, escondidos dentro de sus húmedas casas; y para maravillarse con el espectáculo de aquellos atrevidos, sus cálidos amantes de suaves pieles cobrizas que, como la chica sentada en la vereda, se alimentan del calor mismo de la vida.
Adentro, en la oscuridad, el hombre subía y bajaba lentamente su mano ensalivada a lo largo de su pene. Olía a semen y a orina y a sudor. Se quedó un buen rato espiando, hasta que oscureció y la chica, satisfecha ya con el baño de luz y calor, se marchó caminando hacia la esquina, agitando en suaves ondas su largo pelo lacio, balanceando con inocencia su delgada cadera. — Todo lento, — dijo el hombre en voz alta — todo muy despacito.
Afuera, una piba contoneaba cadenciosamente su cadera, en un silencioso pueblo de gente grande. Adentro, una mosca volvía, obstinada, para interrumpir el retiro de un hombre grueso, reconcentrado en sus pensamientos.
EL IDIOTA
Gonzalo fue idiota desde siempre. Llegó al mundo con los ojitos achinados y con los labios colgando, el pobre. Supo desde pequeño, a medida que se alejaban de él los demás chicos, que esa idiotez lo diferenciaba de sus amigos. Pero sabía además —y esto sólo él lo sabía— de otra cosa que lo distinguía: podía conocer el futuro por medio de visiones, aunque no entender su causa ni su objeto.
La primera vez que tuvo una premonición, Gonzalo lloró de angustia y miedo. Sin saber cómo ni porqué, había soñado con su madre muerta. Durante el breve entierro, que tuvo lugar una semana después, nada pudo evitar que el idiota se culpara de haber soñado. Seis años tenía Gonzalo entonces.
Varios años después el chico tuvo otra visión. Esta vez se trató de un auto estacionado a orillas de un lago en el bosque, en la noche. Era de noche y hacía frío. En el interior del vehículo estaba sentado su tío Walter, con una mujer que lloraba y abría muy grande la boca. Entonces el tío le metía un revolver en la boca, sin importarle tanto grito y tanto llanto. Finalmente la mujer, después de unos segundos, con los ojos inundados de lágrimas, se inclinaba sobre el regazo del hombre, como si buscara algo en el suelo del automóvil. Entonces el tío Walter le sacaba el revolver de la boca y lo apoyaba en la nuca de la desgraciada, mientras le tiraba de los pelos con su otra mano. El tío Walter reía, jadeaba y gritaba, con las venas de su frente a punto de estallar.
Tres días más tarde, la policía se llevó al tío Walter, y de nuevo Gonzalo sintió la culpa devorándolo, trepando por dentro como esas enredaderas que crecen en los húmedos muros de las casas viejas.
Pero la peor de todas las visiones Gonzalo la tuvo dos días después de que una mosca alterara los pensamientos de un hombre grueso sentado en un sofá.
Raúl, a quien Gonzalo conocía de vista, se encontraba sentado a la mesa del comedor, con sus manos entrelazadas ante sí y la vista clavada en una nena, ubicada en la silla enfrente suyo. Entre ambos, una olla humeante ocupaba el centro de la mesa. También había frutas, pan, y una jarra con agua. Las persianas cerradas sumían la habitación en penumbras, con solo la luz que se filtraba por entre las hendijas de la madera para alumbrar difusamente el almuerzo. La chica comía despacio del plato ante ella. Su mirada subía y bajaba, alternando entre el hombre y la comida. Raúl hablaba en susurros, de una manera que hacía pensar vagamente en alguien alimentándose. Cuando la pequeña terminó su plato tomó el racimo de uvas que le ofreció el hombre. Ahora ya no lo miraba a los ojos; se apuraba a terminar el postre, atemorizada de que ese sorpresivo festín que le era obsequiado cesara abruptamente.
Desde algún lugar, el idiota seguía soñándolos, sin saber porqué miraba.
Cuando la chica comió la última uva, el tipo se paró, apoyando sus manos en la mesa. Lo hizo de repente, asustando a su invitada, que pegó un salto en la silla. Raúl rodeó la mesa, hizo girar a la nena en su silla, y le acarició el cabello negro, susurrándole algo al oído. La chica sonrió, relajándose, con un encantador gesto de inocencia. Después, ambos se dirigieron al cuarto contiguo.
Gonzalo despertó de esta visión llorando, presa de una ataque de nervios. En la pieza contigua a la suya, el papá del idiota se emborrachaba. No iba a entender nada de lo que su hijo intentara explicarle.
EL HORROR
“Decime que te gusta, hija de puta”; muerde las palabras el hombre enorme sobre el cuerpo aplastado debajo suyo. “Decime papito. ¡Decime papi o te mato, putita!”; le ordena despacito, muy cerca del oído. No se escuchan gritos. Nadie llora. Nadie ruega por su vida. Sólo existe el más conmovedor espanto, acurrucado en el final del alma de la criatura, allí donde cree estar muerta.
No hacen falta golpes, ni correas hundiéndose en las muñecas, ni mordazas. Apenas un par de ordenes secas hacen falta para transformar una puta en una esclava. Entonces, cuando la metamorfosis se cumple, el poder del hombre se proyecta en sus dientes clavados en la carne de ese casi animal, y su furia se dispara recorriendo su propio cuerpo, que termina montado al lomo de el otro cuerpo, el ajeno, para domarlo y para lastimarlo y clavarlo y morder su espanto incrédulo y sosegado.
En la pared no hay cuadros que mirar, ni espejos que devuelvan imagen alguna. No hay paredes blancas de hospitales blancos, no hay asistentes sociales, no hay madres, no hay promesas de amor, no hay mentiras. Tampoco hay televisores, automóviles, hoteles, escuelas ni pasta dental. No importa la esperanza, ni el odio, ni la gula, ni el deseo. No existe en ningún rincón del universo algo parecido a la justicia, mucho menos al amor.
Dios no existe, como tampoco el Diablo existe. Lo que existe se limita a este cuarto, al espacio contenido por cuatro paredes embarradas de sombras y de sangre. Lo que es está en el dolor de la presa paladeada por su cazador, degustada, masticada con fruición, y finalmente aprobada. Dos almas huérfanas, locas de dolor y angustia; una arrastrando a la otra a su íntimo torbellino de oscuridad y caos. Hay dientes apretados y hay gemidos.
Pero Dios no existe.
PAN
Gonzalo se vistió temprano y desayunó pan duro con mate cocido. Una y otra vez, hundía el mismo trozo de pan en el líquido verde; una vez tras otra, lo llevaba hacia su boca para deshacer con los labios el reborde húmedo, coloreado de verde y ligeramente humeante, del pan viejo.
Gonzalo piensa en su último sueño y le entra una sensación fea. Angustiante, esa sensación. La tía Emilia dice siempre que le da una cosa acá, en el pecho, cuando algo no le gusta. ¿La tía Emilia sentirá tan feo como siente Gonzalo ahora? Gonzalo mira los pedacitos de pan que flotan en el mate cocido.
— A Gonzalo no le gustan los cuchillos— dice, y se queda pensativo.
LA SANGRE¡Plaf!, el cuchillo se hunde de punta en la carne. ¡Flip!, el filo se desliza sobre tendones y nervios, veloz. ¡Rap!, la hostilidad pestañea en un par de ojos cuando la sangre los salpica. ¡Plaf!, ¡Flip!, ¡Rap!, "cómo se mueven esas manos torpes y gordas pese estar tan resbalosas", ¡Plaf!, ¡Flip!, ¡Rap!, ¡Plaf!, ¡Flip!, ¡Rap!, ¡Plaf!, ¡Flip!, ¡Rap! "¿Fue ese un destello de luz en el filo del cuchillo?". "No, fue mi rostro tensionado y mis dientes apretados"... Un rápido movimiento: un trozo de carne cae al interior de una bolsa negra de residuos. Le sigue otro, y otro más, éste último arrojado por encima del hombro. Un perro ladra afuera, en la noche. ¡Plaf! ¡Flip!, el carnicero realiza su tarea. ¡Flip!, la carne se le abre de nuevo — ya lo hizo en vida —. ¡Crac!, un hueso es separado para siempre de la carne que sostenía. Y los ladridos, cada vez mas lejanos, más difusos. Y el delantal cubierto de una sangre oscura y pesada, y una lamparita colgada del techo arroja su sucia luz amarilla alrededor, —"¡demasiado baja, esa luz!"—, golpea la frente transpirada del carnicero demente, y las rojas sombras de brazos y de piernas y de una larga cabellera negra y de unos ojos de pupila congelada en el tiempo y el terror, todos congelados para siempre por la muerte en un inútil gesto de fuga o de danza. Hace calor aquí adentro, carnicero, ¿por qué no dejas descansar este cadáver ante ti? Sombras bailando sobre la hoguera — eso es, déjalas ya, carnicero, déjalas que descansen —. Ladridos que llegan a través de un sueño perverso y húmedo, anestesiados por el olor a sangre, alejándose lentamente hacia el interior de esta madrugada fría.
Y las horas que dura todo, hasta que el amanecer sorprende a Raúl en la cocina, todavía manchado de sangre y con restos de carne entre las uñas y el pelo, tomando unos mates lavados y fríos.
PERRO
Cuando el viento cambió de dirección, Perro levantó la cabeza, soltó el cuerpo todavía tibio del pichoncito que había estado mordisqueando, y olfateó el aire, que llegaba cargado de un fuerte olor a carne fresca. Permaneció unos segundos inmóvil, con una oreja parada y la otra, rota en una pelea canina, indefectiblemente caída, lo cual confería a su cara una cómica ternura, aunque los perros nada saben de comicidad ni de ternura. Después comenzó a caminar en la dirección que su olfato le indicaba avanzar. Anduvo lentamente, olisqueando alternadamente el suelo y el aire. Poco a poco se adentró en el bosque que se levanta todavía a dos kilómetros del pueblo, siguiendo el segundo camino de tierra que se abre de la ruta desde Buenos Aires. Se detuvo al llegar a un eucalipto gordo y alto. Confundido, olió la madera del tronco. Después bajó su hocico hasta llegar al suelo, donde la tierra parecía haber sido removida recientemente. Con su curiosidad excitada (es una manera de decir, y una manera errónea, porque los perros nada saben de curiosidad), excavó con sus patas. Se detuvo a unos treinta centímetros de profundidad, miró y hundió la trompa en el pozo. Extrajo una bolsa de residuos y la olfateó. Rascó con sus uñas el nylon negro y brillante y por la herida recién abierta del saco manó la sangre en densos borbotones. A continuación también salió un pedazo de carne, que rodó hasta detenerse frente al hocico del animal. Perro volvió a oler: sabía que tenía ante sí algo distinto de lo habitual; no se trataba de las sobras que comúnmente le arrojaban los vecinos, ni de la basura que revolvía de los tachos. La comida era buena, decidió Perro finalmente, y con una suave caricia de sus colmillos tomó un trozo de carne.
Excitado y orgulloso de su olfato, Perro se tendía en el suelo. Mordisqueaba, desgarraba, lamía, tragaba. Aferraba con las patas delanteras su alimento-trofeo; se relamía la sangre que le manchaba el morro, le gustaba lo que comía.
Una hora después, iba a vomitar el alimento que comía, y dos horas más tarde tres chicos de nueve años pasarían cerca de aquel eucalipto y lo verían todo: el negro pozo en la tierra, la desangrada bolsa de residuos, la carne de bordes ennegrecidos, dura, esparcida, y Perro arrastrándose con el hocico ensangrentado, todavía vomitando, pobrecito, carne negra.
viernes, abril 30, 2004
HOROSCOPO HIJO DE MIL PUTAS
Acuario: tenés una mente ingeniosa e inclinada a ser progresista. Sos bastante mentiroso. Cometes los mismos errores una y otra vez porque sos estúpido. Todo el mundo piensa que sos un pelotudo de mierda.
Piscis: Sos del tipo pionero y pensas que la mayoria de la gente es imbécil. Sos rapido para echar cosas en cara, impaciente y le querés dar consejos a todo el mundo. Lo unico que lográs es alienar a todo aquel con quien tenés contacto. Sos un asqueroso.
Aries: Tenes una imaginación salvaje y a menudo creés que te persiguen el FBI y la CIA. Tenés practicamente ninguna influencia sobre tus amigos y la gente detesta que te hagas el poderoso. Te falta confianza y sos un
revuelve-mierda.
Tauro: Sos práctico y persistente. Tenes una determinación de perro y trabajás como un condenado. La mayoria de la gente piensa que sos un cuadrado y cabezadura. Lo que sos en realidad es un maldito comunista.
Geminis: Sos un pensador inteligente y rapido. Le caes bien a la gente porque sos bisexual. Tenes tendencia a esperar mucho por muy poco. Eso quiere decir que sos un amarrete hijo de puta. Los Geminis son famosos por su tendencia al incesto.
Cáncer: Sos simpático y te preocupás mucho por los problemas de los demás, l o que te hace un idiota. Siempre estas postergando todo. Por eso vas a pasar toda tu vida dependiendo de la caridad y nunca vas a valer nada. En la cárcel, todos son de Cáncer.
Leo: Te considerás un lider nato. Los demas te consideran un idiota. Sos vanidoso y no podés tolerar una critica. La mayoria de los Leo son unos matones. Tu arrogancia es desgradable. Los nacidos bajo Leo son unos ladrones que disfrutan más masturbarse que tener sexo.
Virgo: Sos del tipo lógico y odiás el desorden. Tu actitud junta mierda detallista es enfermante para todos tus amigos y colegas de trabajo. Sos frio, poco emocional y a menudo te quedas dormido mientras cogés. Los Virgo son buenos para manejar colectivos o ser proxenetas.
Libra: Sos del tipo artístico y te cuesta bastante manejarte con la realidad. Si sos hombre, probablemente seas maricón. Las probabilidades de empleo y ganar dinero son nulas. La mayoria de las mujeres de Libra son putas. Todos los Libra mueren de una enfermedad venérea.
Escorpio: Sos el peor del lote. Sos astuto en los negocios pero no digno de c onfianza. Vas a llegar a la cima del éxito en base a tu total falta de ética. Sos el perfecto hijo de puta. La mayoria de los escorpio son asesinados merecidamente.
Sagitario: Sos optimista y entusiasta. Tenés una innegable tendencia a apoyarte en tu suerte dado que no tenes talento alguno. La mayoria de los Sagitario son borrachos. Sos un sorete.
Capricornio: Sos conservador y tenés miedo de arriesgarte. Basicamente, sos u na gallina detestable. Nunca ha habido un Capricorniano de importancia. Deberias matarte.
Piscis: Sos del tipo pionero y pensas que la mayoria de la gente es imbécil. Sos rapido para echar cosas en cara, impaciente y le querés dar consejos a todo el mundo. Lo unico que lográs es alienar a todo aquel con quien tenés contacto. Sos un asqueroso.
Aries: Tenes una imaginación salvaje y a menudo creés que te persiguen el FBI y la CIA. Tenés practicamente ninguna influencia sobre tus amigos y la gente detesta que te hagas el poderoso. Te falta confianza y sos un
revuelve-mierda.
Tauro: Sos práctico y persistente. Tenes una determinación de perro y trabajás como un condenado. La mayoria de la gente piensa que sos un cuadrado y cabezadura. Lo que sos en realidad es un maldito comunista.
Geminis: Sos un pensador inteligente y rapido. Le caes bien a la gente porque sos bisexual. Tenes tendencia a esperar mucho por muy poco. Eso quiere decir que sos un amarrete hijo de puta. Los Geminis son famosos por su tendencia al incesto.
Cáncer: Sos simpático y te preocupás mucho por los problemas de los demás, l o que te hace un idiota. Siempre estas postergando todo. Por eso vas a pasar toda tu vida dependiendo de la caridad y nunca vas a valer nada. En la cárcel, todos son de Cáncer.
Leo: Te considerás un lider nato. Los demas te consideran un idiota. Sos vanidoso y no podés tolerar una critica. La mayoria de los Leo son unos matones. Tu arrogancia es desgradable. Los nacidos bajo Leo son unos ladrones que disfrutan más masturbarse que tener sexo.
Virgo: Sos del tipo lógico y odiás el desorden. Tu actitud junta mierda detallista es enfermante para todos tus amigos y colegas de trabajo. Sos frio, poco emocional y a menudo te quedas dormido mientras cogés. Los Virgo son buenos para manejar colectivos o ser proxenetas.
Libra: Sos del tipo artístico y te cuesta bastante manejarte con la realidad. Si sos hombre, probablemente seas maricón. Las probabilidades de empleo y ganar dinero son nulas. La mayoria de las mujeres de Libra son putas. Todos los Libra mueren de una enfermedad venérea.
Escorpio: Sos el peor del lote. Sos astuto en los negocios pero no digno de c onfianza. Vas a llegar a la cima del éxito en base a tu total falta de ética. Sos el perfecto hijo de puta. La mayoria de los escorpio son asesinados merecidamente.
Sagitario: Sos optimista y entusiasta. Tenés una innegable tendencia a apoyarte en tu suerte dado que no tenes talento alguno. La mayoria de los Sagitario son borrachos. Sos un sorete.
Capricornio: Sos conservador y tenés miedo de arriesgarte. Basicamente, sos u na gallina detestable. Nunca ha habido un Capricorniano de importancia. Deberias matarte.
Variaciones sobre...
Según Schopenhauer, no es que la voluntad, como algo surgido tal vez de la inteligencia, aproveche los instrumentos con que se encuentra, usándolos por encontrarse allí con ellos y no con otras herramientas, sino que lo primero y originario es el esfuerzo por vivir de esa manera, por luchar de tal modo y no de otro. Esfuerzo que se manifiesta también en la existencia de las armas y tanto más cuanto que aquél precede a menudo a éstas, indicándonos así que las armas se producen porque existe el esfuerzo y no a la inversa. Es lo que sucede con toda parte en general.
Mi voluntad me precede, ha formado mi estructura mental y brindado una dirección a mi inteligencia: gritar con todas sus fuerzas“¡Escóndete!”
La voluntad no ha brotado de la inteligencia existiendo ésta, con el animal todo, en forma anterior a aquella, como mero accidente. Es la voluntad lo primario, la esencia en sí, y el animal su manifestación (apenas una representación en el intelecto consciente y en sus formas en el tiempo y el espacio), provista de todos los órganos que pide la voluntad para vivir en esas circunstancias especiales. A estos órganos pertenece la inteligencia misma, estando acomodada, como los demás, al género de vida de cada animal. Donde alienta un viviente hay otro para devorarlo, resultando cada uno de ellos como enderezado y dispuesto, hasta en lo más especial, para la aniquilación del otro.
“¡Escóndete de tu viviente opuesto!” Pero, ¿quién o qué cosa es mi “viviente opuesto”? ¿Y cómo esconderme de algo que no puedo ver? Dos formas hay, a mi criterio, en que puedo ver a mi opuesto, ninguna necesita de mis ojos y ambas implican pasar de perseguidor a perseguido. La primera es “cubriéndole” de una sábana que me permita adivinar sus formas, límites, volumen, movimientos. Otra es “leer” en el camino que elige para seguirme, en las trampas que me tiende, en el sonido de sus pisadas al rondar en las sombras, en la tenue huella que dejan en el suelo de los lugares donde me acecha cada noche mientras trato de dormir, lugares a los que tanto temo acercarme aún bien despierto.
Mi voluntad me precede, ha formado mi estructura mental y brindado una dirección a mi inteligencia: gritar con todas sus fuerzas“¡Escóndete!”
La voluntad no ha brotado de la inteligencia existiendo ésta, con el animal todo, en forma anterior a aquella, como mero accidente. Es la voluntad lo primario, la esencia en sí, y el animal su manifestación (apenas una representación en el intelecto consciente y en sus formas en el tiempo y el espacio), provista de todos los órganos que pide la voluntad para vivir en esas circunstancias especiales. A estos órganos pertenece la inteligencia misma, estando acomodada, como los demás, al género de vida de cada animal. Donde alienta un viviente hay otro para devorarlo, resultando cada uno de ellos como enderezado y dispuesto, hasta en lo más especial, para la aniquilación del otro.
“¡Escóndete de tu viviente opuesto!” Pero, ¿quién o qué cosa es mi “viviente opuesto”? ¿Y cómo esconderme de algo que no puedo ver? Dos formas hay, a mi criterio, en que puedo ver a mi opuesto, ninguna necesita de mis ojos y ambas implican pasar de perseguidor a perseguido. La primera es “cubriéndole” de una sábana que me permita adivinar sus formas, límites, volumen, movimientos. Otra es “leer” en el camino que elige para seguirme, en las trampas que me tiende, en el sonido de sus pisadas al rondar en las sombras, en la tenue huella que dejan en el suelo de los lugares donde me acecha cada noche mientras trato de dormir, lugares a los que tanto temo acercarme aún bien despierto.
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