viernes, junio 11, 2004

Nada que decir, otra vez

Como yo lo veo, hay en el hombre, amorfo como es, pánico de la forma; hay también deseo por alcanzar una forma , deseo que nace como reacción a ese terror y que se orienta a la caza de un bálsamo tranquilizante.

Me pregunto quién soy yo. Después me pregunto quién es yo. Y pienso con cuanta audacia Descartes se pronunció existente por pensar.

Bah... quisiera escribir cosas más entretenidas y que quien ingrese a este blog se vea envuelto por mis palabras, irresistiblemente seducido a dejar un mensaje, atrapado por la trampa genial que le tiendo.

Es un anhelo hecho de fantasías que se entrecruzan con fantasias. La verdad, me digo a mí mismo, es que a mis treintayuno todavía no logré nada. Nada que trascienda, nada que exprese algo más que mis lamentos y una torpe, tímida vocación por la escritura.

Quién es yo. Quién sueña mis sueños, quién se obstina en mis deseos. De quién es la mano que empuña el cepillo de dientes cada mañana, de quién esos ojos que me adivinan desde el pozo de mi rostro.

¿Y si no puedo? ¿Y si nunca puedo alcanzar lo que deseo? ¿Y si me estrello contra el suelo luego de carretear un corto vuelo? Lo que más dolerán serán las risas. De miedos como éste está empedrado el camino de los que fracasan, ya lo sé. Ya sé, sí, que intentar y no poder no es fracasar, que fracasar es no abrir el candado, dejar la puerta cerrada, no saltar, quedarse inmóvil.

Pienso en esos animales del fondo del mar que para sobrevivir permanecen inmóviles mientras el predador los ronda. A pura sensación (su mente no está lo bastante desarrollada como para razonar lo que están haciendo), a pura sensación física, a pura electricidad, a puro vértigo irracional, así se juegan su oportunidad de quedarse acá un ratito más y, con suerte, procrearse.

Agazapada, la ausencia de algo para decir me ha saltado encima con todo su peso.

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